Opinión

La verga más descomunal

Te cuento, hermano, mi experiencia cuando el año pasado leí el pregón. Cubría la plaza una atmósfera feliz. Eran las doce en punto de la noche en Verín. La música cesó y alguien me dice: “Érguete, venga, te toca”. 

Sucede como cuando el peligro acecha o palpas eso que vagamente llamamos felicidad. Siento como se detiene el tiempo. Sabes... como en esos momentos decisivos que temen los moribundos en los hospitales y pasan veloces los fotogramas de sus vidas por delante de sus ojos. 

 Ahí está, parece la plaza bíblica antes del Juicio Final. Antes le llamaron plaza de la Estrella. Cierto, me quedo inmóvil como Edith cuando se convirtió en estatua de sal al huir de Sodoma. Percibí un silencio crepuscular y la llamada ancestral de los hados que habitan la “raia”.

Veo un niño. Sale de la escuela de la Salle, camina en ordenada fila. Alrededor brota la vida, petardos salvajes, gritos, risotadas y clandestinidad. Ay, es un Martes de Carnaval de los cincuenta. El “maestro de alas negras” nos grita violento: “Rápido, todos a la iglesia, todos a rezar por estos bestias”. Aquel verso que escribí con veinte años: “Ya estás tullido entre la vegetación de traumas”. Se prohíbe ser feliz a un niño.

Créeme, las imágenes pasan como en una acelerada película en blanco y negro. Una de aquellas del Gordo y el Flaco que vimos en el cine del salón parroquial. Las calles atestadas de disparatados disfraces hechos de alambre y cartón. Todos los indios y vaqueros que habíamos visto en el cine Oterino. Siempre había un Charlot, un Cantinflas y un Tarzán de los Monos. Hombres a caballo altivos y desafiantes, inolvidable Araujo, nos arrojan caramelos y monedas. Detrás, los niños cantamos, sin pausa y con fervor, el injustamente olvidado himno “Ay yo la vi,/ ay yo la vi./ Como era de noche/ no la conocí./ Kyrie eleison”.

Ay, escucho los petardos molotov que fabrica un anarquista portugués. Parecen anunciar el juicio final. Se estremece la villa. Son el aullido de la “raia” en los tiempos del general ferrolano. Ahí vienen los mozos, sortean las prohibiciones, suben a los músicos de Moialde a un carro y vibra una danza babilónica en la Plaza. 

Ahí llegan la pareja y los “maderos”. Detienen, agresivos, a los protagonistas. “Anda jaleo, jaleo”. Hay mucha presión y don Clemente los suelta.

Flash. Contemplo el burro grande, tan grande como el pecado. Alguien lo coloca en el medio del fascinado gentío. Qué le habrán dado. Su verga crece y crece descomunal. Mástil de la bandera del carnaval. Cuenta García Márquez que en las montañas de su Colombia festejan el carnaval con una raza de burros que se acopla muy bien a los humanos en sus urgencias sexuales.

Los veo como una alucinación: Ahí están los mejores. Manoliño “de la silla” sonriente. El Ciégala, capaz de engullir un barril de dos “olas”. Anticipándose al “mayo del 68”, los entrañables Fanfán y Palmero ponen en práctica “la imaginación al poder”. Ahí viene el Grolo. Reclama al forastero el impuesto revolucionario. Gómez Pato invita a la alegría con harina y talco.

En una nube, nos miran con sus ojos sabios los más grandes, Jesús Otero “Pescadilla” y su amada Luisina Castro. 

(“Érguete, venga, te toca”, alguien me sacude. Leo mi pregón.)

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