Opinión

Ganar un partido a bajas revoluciones

En ocasiones, el COB es como un boxeador al que le falta pegada. Nadie duda que esté ganando el combate a los puntos con facilidad, pero todos echan en falta ese golpe definitivo que mande a su rival a la lona, sin ganas de levantarse. Volvió a ocurrir. Esta vez estaba delante el Huesca, que está a años luz del actual Barcelona B. Por eso no hubo sensación de peligro real. En ningún momento. 

Y eso que el duelo comenzó animado. Los ourensanos arrancaron con ganas de reivindicarse. Con la fluidez ofensiva por bandera, empezaron a abrir brecha. Pero el Pazo se convirtió en una montaña rusa y, después de subir, tocó bajar. El segundo cuarto fue el polo opuesto. Muchos más problemas. Ahí, y fue una tónica habitual en todo el partido, aparecieron los triples como el mejor desatascador posible para los locales. Aún así, la incertidumbre planeaba sobre los aficionados ourensanos camino de la caseta. 

Mitrovic se encargó de espantar fantasmas de un pasado (muy) reciente. Lo hizo como sabe: a base de triples. A pesar de sus intentos, el clima seguía frío. Hubo chispazos, pero sin que las llamas calentaran al personal. Sensación de trámite por momentos. El Huesca no tiene armas suficientes como para asustar. La sensación que dejan los 40 minutos de juego es que el COB si quisiese (o necesitase) se hubiera llevado la victoria mucho antes y por mucho más.

No vendría mal una dosis de alegría más para un equipo ourensano que ha demostrado que la tiene en el cuerpo. Su mejor versión llegó cuando la disfrutó e hizo que sus aficionados la disfrutasen. Y si le añade un punto de pegada, la fórmula sería (casi) infalible.

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