Opinión

De aquí nació todo

Ya San Pablo lo repetía muchas veces y en su primera carta a los corintios lo dejaba claro (I Cor., 15): "Que murió, fue sepultado y resucitó al tercer día. Que se apareció a Pedro, luego a los doce y después a más de quinientos, de los cuales la mayor parte viven todavía. (…) Si Cristo no ha resucitado vana es nuestra fe y somos falsos testigos". Pero el sepulcro, tal mañana como hoy, estaba vacío, nadie encontró el cadáver porque allí nadie estaba, ha resucitado pese a la piedra que tapaba la entrada y los guardias que custodiaban el lugar. Sin este hecho perderíamos veinte siglos en una falacia permanente. Con prisa aquella mañana, al salir el sol, fueron María Magdalena y algún discípulo, y allí nada había... más que el sudario y la mortaja enrollada en un lugar.

A lo largo de los siglos han sido millones los que han seguido tras el Resucitado hasta dar su vida, ya sea en las catacumbas, en los foros romanos o bien hoy en día en tantos países en los que se persigue hasta la muerte a sus seguidores. Un consentimiento universal difícil de desdecir. Antes bien, y siguiendo a Tertuliano: "La sangre de los mártires es semilla de cristianos". Es el refrendo más claro, junto a una callada labor por todo el mundo entre quienes necesitan ayuda.

Se llama domingo precisamente porque es el día grande del Señor Resucitado y así es el punto central de la fe cristiana. La Pascua es día de alegría y gozo. Tras un increíble juicio, el abandono y la soledad de un Gólgota ensangrentado, surge la fiesta por excelencia que nace precisamente del triunfo sobre la muerte y de la certeza de que: "María, no hay muertos en el sepulcro".

Es por eso por lo que la religión cristiana es de vivos y nunca de muertos; de paz, que nunca de guerra; de gloria y jamás de tristeza y zozobra. Y de este día nace toda la esencia cristiana. Y de aquí que sea, el domingo, un día sagrado en el que se actualiza semanalmente el gran misterio de la Resurrección. Y con el más solemne y alegre himno, en la noche de ayer, en la Vigilia Pascual, tras la oscuridad de los templos nace la luz mientras se escucha el "Exultet" que recoge la alegría del universo que, tras el paso del Mar Rojo, llega a un puerto seguro que es el gozo de este día.

¡La alegría cristiana! debiera ser el santo y seña de la fe. Es imposible entender aquella en quien vive profundamente ésta. Una y la otra están profundamente entrelazadas en esa certeza de que la esperanza está siempre a la vuelta de la esquina. Es esa ventana abierta a la trascendencia, esa puerta de par en par a la gloria y a un futuro sin fin. Lo dice muy bien la canción del desaparecido Cesáreo Gabarain: "Tú nos dijiste que la muerte/ no es el final del camino,/ que aunque morimos no somos/ carne de un ciego destino./ Tú nos hiciste, tuyos somos,/ nuestro destino es vivir/ siendo felices contigo,/ sin padecer ni morir./ Cuando, Señor, resucitaste,/ todos vencimos contigo;/ nos regalaste la vida,/ como en Betania al amigo./ Si caminamos a tu lado,/ no va a faltarnos tu amor,/ porque muriendo vivimos/ vida más clara y mejor".

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