Opinión

El mal está en otro lugar

Hace un tiempo hacía unas declaraciones el arzobispo de Marsella, Monseñor Georges Pontier en las que denunciaba que la ignorancia de la religión: “es la tragedia de nuestros tiempos. No tiene sentido culpar a los musulmanes de nuestros males en Europa ya que muchos de nuestros compatriotas musulmanes tienen un deseo genuino de integrarse”. “Es fácil ver el sufrimiento provocado por las corrientes extremistas en el mundo musulmán pero hemos de decirles lo que esperamos de ellos, con humildad, ya que de igual modo que el cristianismo ha tenido que rectificar algunas de sus posturas, el islam está en semejante momento ahora en su historia”.

El Prelado francés dice aún más: “Tenemos tanto miedo a la religión que preferimos ignorarla antes que enseñarla haciéndonos así vulnerables al extremismo y la manipulación”.

Interesantes declaraciones que concedió al periódico “La Croix” y afirmando que “hemos llegado a un punto en Francia en el que creemos que todo sería mejor sin la religión, o al menos sin su expresión en la esfera pública”. Creencia errónea, según el arzobispo de Marsella, y exacerbada por tensiones racistas anti-musulmanas y también por la inseguridad e incertidumbre a las que han dado pie factores culturales, sociales y económicos.

El secularismo de los Estados modernos nunca ha sido una validación del ateísmo, ha continuado Pontier, precisando que es solo el reconocimiento de la igualdad de todas las religiones y convicciones y el reconocimiento del derecho de los creyentes de vivir su fe en paz. Pero eso sí: “a cambio de esta libertad de conciencia”, ha sostenido el prelado. Por ser acogido en la sociedad todo ciudadano contrae “una obligación, que se le impone la razón, es decir, la de vivir de una forma que respeta el pluralismo”.

Pero, ¿qué significa esta demanda de la sociedad que los creyentes vivan según los dictados de la realidad socio-cultural pluralista? Según Pontier, los ciudadanos que no tienen convicciones religiosas deben esperar de los creyentes que estos “saquen lo mejor de sus tradiciones y que lo pongan al servicio de la comunidad nacional; a la vez que renuncien al sectarismo y proselitismo”.

Todo ello quiere decir, ha apuntado por último el arzobispo de Marsella, que “la religión debe hacer que los ciudadanos sean más sensibles al bien común”. La fe, cualquiera que sea, tiene que servir a un altruismo social que prima sobre cualquier otra consideración.

Interesantes consideraciones las del obispo marsellés que debieran hacer pensar seriamente tanto a los Estados en general como a los creyentes en particular. Una sociedad globalizada, plural, está exigiendo un cambio total de ciertas posturas y actitudes a la hora de transmitir lo que en realidad creemos.

Te puede interesar