Opinión

¿Una guerra mundial?

El problema que está viviendo el mundo de manera contundente desde el 11-S, 11-M, y 7-E, entre otras fatídicas fechas, está creando zozobra, inquietud y una corriente de opinión por supuesto de unánime condena. ¿Estos hechos y los acaecidos en tantos lugares son muestra terrorista o se trata de una verdadera guerra de culturas? Cuando Zapatero lanzó lo de la "Alianza de Civilizaciones" apuntábamos aquí que la idea era óptima pero que tenía una base irreal. El presidente español partía, candorosamente, desde su posición como hijo de una cultura con raíces en el diálogo y la fraternidad comúnmente aceptados. ¿La otra parte admite estos hilos conductores? ¿Son capaces de sentase a dialogar o pasear por cualquier parque con quien piensa diferente? Aquí radica el fracaso de una idea que de comienzo poseía buenas intenciones pero que, desgraciadamente, por lo que se ve, es irrealizable.

Vemos como están cambiando las líneas editoriales de los medios de comunicación según las aguas se serenan y van pasando los días. El ABC, y antes El PAÍS, han publicado artículos que pudieran parecer políticamente al menos vidriosos. Gabriel Albiac, el 13 de enero, titulaba: "No es terrorismo, es guerra", y apuntaba, de forma razonada, que "si las medidas no se aplican muy rápidamente, perderemos la guerra. Como la vamos perdiendo ahora". Y se basa en que España es puente imprescindible del paso a Europa de una mentalización y una cultura que está llevando a un callejón sin salida y, siguiendo con el razonamiento, apunta a que es al ejército a quien corresponde preservar al mundo occidental de una guerra llamada terrorismo.

De manera estudiada, Occidente ha picado el anzuelo en aras de lo "políticamente correcto", y se ha ido desarmando quedando los ejércitos como algo simbólico. Más aún, ha habido campañas en contra de las fuerzas de seguridad a quienes se les ha atacado como verdaderos enemigos a vencer. ¡Craso error! Mil veces hemos criticado aquí aquella frase, salida de quien menos se esperaba, en la que lanzaba, a comienzos de los años ochenta, una idea de todo punto ambigua por muy correcta que sea de cara a la galería. Decía el tal señor: "Condenamos la violencia, venga de quien venga". Dicho así arrastró aplausos por doquier y también de los de su categoría. Pero es necesario un matiz. Las armas son colocadas en manos de las fuerzas de seguridad del Estado para defender a la ciudadanía. Es el mismo pueblo, a través de sus legítimos representantes, quien las coloca en sus manos. Y, evidentemente, hay ocasiones en las que, con ellas, tienen que ejercer violencia. Una violencia bien distinta a la de los terroristas que por su cuenta empuñan las metralletas para atacar al mismo pueblo. Así de claro. Aquí radica la diferencia sustantiva.

Por eso, y aunque sea un mal menor, son necesarias esas fuerzas por nuestro bien si es que deseamos ganar esa guerra de la que habla el articulo que comentamos. Lo contrario, bajar la guardia, es conceder al enemigo, que existe, una victoria inmerecida partiendo de una estrategia muy hábilmente urdida. Este es el gran reto de Occidente en horas tan críticas, si es que desea seguir viviendo en libertad y verdadera democracia. Lo demás sería caminar a la más atroz dictadura. Deja también el autor una dura frase: "El error fatal sería hoy pensar que Europa afronta un problema policial complejo. Y analizar el yihadismo con las categorías usuales para un terrorismo clásico. No es terrorismo. Estamos ante una Guerra. Santa. Asistimos a los inicios de una guerra de dimensión mundial. Y, en una guerra, sobre el ejército recae la responsabilidad de no ser derrotados.

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