Opinión

La puntualidad

Cada uno tiene sus manías. Todos las tenemos y una de las mías es la obsesión por la puntualidad, hasta el punto de que me saca de quicio esperar o hacer esperar. Incumplir el horario lo considero un grave fallo. Y disgustos me ha costado sobre todo en las bodas. En una de las parroquias en las que ayudo, en concreto en la de Estoril, es difícil que lleguen puntuales al casamiento hasta el punto de entorpecer las celebraciones siguientes. En una ocasión me enfrenté a los novios y ella recuerdo que muy tranquila me soltó que la novia tiene que llegar un cuarto de hora o media hora tarde… y se quedó tan feliz.

¿Qué culpa tienen los de la misa de seis y los de la de siete que tenga que comenzar media hora más tarde? Hasta una hora y cuarto llegó tarde la engalanada novia y la culpa (según ellas) es la misma: la modista, la peluquera. Nefasta costumbre. En una ocasión salgo a la puerta y veo el coche de la novia a cincuenta metros del templo, le digo que entre y me respondió toda llena de razón que estaba parada para entrar veinte minutos tarde. ¡Vaya cara! Y los demás allí esperando y los de la siguiente misa lo mismo.

En una ocasión en mi archivo he leído esto: llegar a tiempo a las citas es de caballeros, cortesía de reyes, obligación de cortesanos, hábito de gente de valer, costumbre de personas bien educadas. Quienes se hacen esperar en sus citas revelan debilidad de carácter, pésima educación y un desprecio absoluto por sus semejantes. La puntualidad es llegar a la hora. Tampoco lo es llegar antes de tiempo cuando el personaje es el que va a presidir cualquier evento. En este sentido, recuerdo, teniendo por testigos a Baltar y Cabezas, que llegamos a un acto durante la Expo de Lisboa en la Caixa Geral de Depósitos y allí estaba esperando Fraga. Se lo dije con la confianza y cariño que le tenía: “Don Manuel, ser puntual es llegar a la hora y nunca media hora antes”. “¡Tiene Vd. razón!”, me respondió con su característico estilo.

Narra la historia la célebre reunión de Hendaya en la que, según parece, Hitler tuvo que esperar buen rato a propósito para ponerle Franco nervioso y parece que surtió efecto. Sería después de siete horas de encuentros a varias bandas, sin concretar nada, cuando Hitler diría, supuestamente, aquella frase histórica: “Prefiero un dolor de muelas que otra entrevista con Franco”. Hitler recibía a Franco para tratar de la participación española en la Segunda Guerra Mundial. El Cid, en todo su esplendor, hizo esperar en Toledo al rey de Castilla, a las Cortes y a sus yernos cuando exigió su juicio. 

Con todo y pese a estas “estudiadas” tardanzas, personalmente prefiero seguir las agujas del reloj y estar a la hora marcada. Porque para eso es el artilugio que llevamos en la muñeca, para ir enseñando el horario que debiera figurar en cualquier plan de vida de nuestra agenda.

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