Opinión

Mañana hará veintitrés años

Mañana a las dos de la tarde se cumplirán 23 años del fallecimiento de mi entrañable obispo Ángel Temiño Saiz (Sarracín, Burgos, 17-9-1910 / 19-09-1991). Después de sus largos 34 años como prelado de la diócesis ourensana se retiró a su pueblo de Sarracín, donde fue un vecino más y prácticamente hizo de coadjutor al párroco que allí había. Con una humildad y sencillez fuera de toda duda. Sus cuatro años de retiro jubilado en su pueblo natal han sido una muestra más de sus virtudes, de las que resaltan la inteligencia, la coherencia, sencillez y sobre todo pobreza. Supo vivir la pobreza y tristemente en esta diócesis muchos desconocieron sus valores. Habiéndole tratado íntimamente durante veinte años puedo decir sin rubor que he tenido la suerte de vivir con un santo, y además con un gran teólogo. Eran unas continuas clases de teología y filosofía las que me impartía en todo momento con una comprensión fuera de lo común para con los fallos ajenos.

Hay un tema que me gustaría resaltar este año y es la virtud que tuvo sabiendo retirarse. Siendo como era tan fiel a la jerarquía, era exquisito en el cumplimiento de esta virtud. Su sucesor, nuestro entrañable Don José Diéguez, puede dar fehaciente prueba de cuanto digo. Jamás, en ningún momento, se entrometió en la marcha de la diócesis una vez abandonada. Recuerdo aquel 28 de junio, muy de mañana, después de la toma de posesión de monseñor Diéguez el día anterior, que concelebramos en la capilla del Obispado. Tuvo que hacer valer su carácter el obispo Diéguez para que presidiese Don Ángel. Y, después, en la homilía al reducido grupo que allí estábamos resaltó precisamente la fidelidad al nuevo obispo.

En este contexto fueron muchas las opciones que se le presentaron para quedarse a vivir en la diócesis, sabiendo que al menos de momento tenía que vivir sólo en Sarracín con una chica que le hacía las cosas. Nunca supo nada de cocina.

Rechazó de plano instalarse en cualquier casa religiosa de la diócesis que se la ofrecieron y que su sucesor, cercano y comprensivo como es, lo hubiese visto de buen grado. Es cierto que la categoría de Don Ángel fue creciendo en la mente de Don José, porque tal vez venía con ideas preconcebidas de personas que ni le conocían. A medida que conoció su persona y su obra, su cariño fue en aumento y así lo reveló en la hermosa homilía de exequias en la Catedral presididas por el cardenal Suquía quien le brindó la oportunidad de pronunciar una homilía estudiada y sentida.

Siempre me impresionó en Don Ángel su cuidado para ni molestar ni entrometerse en lugar ajeno. Una vez jubilado y antes, siendo obispo, jamás iba a una diócesis sin antes pedir el placet del obispo del lugar que, por cierto, nunca se le negó. Unicamente una vez, acaso se perdió la carta, uno se abstuvo de responder y, tras una larga espera, me mandó que escribiese a los que le habían invitado diciéndoles que le había surgido un problema y que lamentablemente le era imposible asistir.

Pese a las discrepancias, fue muy amigo del cardenal Tarancón, que le trataba con un cariño impresionante y le valoraba conociendo su valía. Un día me dijo el cardenal: "Se puede discrepar de tu obispo, pero que sepas que se le aprecia en la Conferencia Episcopal y cuando habla se le escucha siempre con atención y respeto."

Algún día escribiré sobre los ímprobos esfuerzos que hizo reiteradamente para conseguir que el obispo Guerra Campos fuese a las reuniones visitándole y hablando con él largas horas, que a mí me tocaba de esperar en el salón de al lado. Como nadie, luchó por la reintegración del obispo de Cuenca a la Conferencia Episcopal.

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