Opinión

Los muros y los puentes

Acaba de cumplirse un cuarto de siglo de la caída del Muro de Berlín y se celebra por doquier aquella efemérides. Personalmente estas celebraciones me parecen que rozan la hipocresía y cinismo más alto y siento desilusionar a quienes piensen con entusiasmo de manera distinta. Se ha tirado la materialidad de un muro, se ha venido abajo la antigua URSS, pero me pregunto ¿hay más paz, felicidad y armonía en la zona? A los hechos me remito. Se les ofreció (ofreció Occidente) un espejismo que después estaba muy lejos de ser realidad. Sigue habiendo una tremenda división y los paises emergentes de aquella situación viven en continuas divisiones. Es la realidad. Y la llamada "guerra fría" cada vez es más tempánica. Y ahora se suma el problema griego.
El papa Francisco, en la solemnidad de la Basílica mayor de San Juan de Letrán, Catedral del obispo de Roma, primer templo en el que los cristianos, bajo el imperio de Constantino, pudieron rezar públicamente fuera de las catacumbas y con motivo de la caída del muro señaló que: "Donde hay muros, hay cerrazón del corazón. Hacen falta puentes, no muros", y recordó el papel protagonista que entonces tuvo el hoy santo Juan Pablo II.

Recordaba el papa en el Ángelus de ese día 9 de noviembre que 25 años atrás caía el muro de Berlín, que por tanto tiempo partió en dos la ciudad y fue símbolo de la división ideológica de Europa y el mundo entero, y pidió oraciones "para que con la ayuda del Señor y la colaboración de todos los hombres de buena voluntad, se difunda siempre más la cultura del encuentro, capaz de hacer caer todos los muros que todavía dividen al mundo y no suceda más que personas inocentes sean perseguidas y asesinadas a causa de su fe y su religión".
Certeras palabras las del pontífice, consciente de esos muros ideológicos que todavía existen y que son bastante más difíciles de destruir que aquel cemento berlinés. Esta es la cuestión. Han pasado 25 años pero esos encuentros y esa interminable lista de muros siguen existiendo y, si cabe, mucho más altos. Se habla de globalización cuando cada uno, cada país, procura lo suyo sin importarle que los de al lado lo pasen mal. Muros en Tierra Santa, en Melilla... Muros religiosos, políticos y sociales que necesitan unos líderes nuevos pero sobre todo una profunda conversión de egoísmos corruptos, empecinamientos políticos o anacronismos y fundamentalismos religiosos con integrismos cada día mayores. Este es el panorama y estos los muros.
Bien siento ser o parecer pesimista en mis líneas de hoy, pero frente a mi esperanza alegre y mi ilusión natural está una realidad que por todas partes nos desborda con ausencia notoria de puentes de entendimiento. Ejemplo es lo de Francia.

Y por todo esto cuando menos parecen paradójicos intentos de división y rupturas que en buena lid tendrían poco futuro. Pero hay situaciones que han llegado a un punto sin vuelta atrás o al menos con una rectificación muy costosa. Es, en definitiva el caso catalán. Se necesitan puentes y uno se pregunta si el diálogo habido hasta ahora es suficiente. Porque el diálogo nunca supone aceptar plenamente las ideas del otro, se necesita mucha humildad que por lo que se colige al menos alguna de las partes carece de ella. Los puentes nunca se construyen así. Nunca la prepotencia y a irrenunciable tozudez son caldo para el entendimiento o los pactos. Porque existen cosas irrenunciables. Sería perjuro el presidente del Gobierno si consintiese la división de España. Juró mantenerla. La Constitución, como toda obra humana, es susceptible de modificaciones, pero en momentos tan turbulentos uno duda de su oportunidad.

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