Opinión

Patrona de la península

El calendario de la Iglesia Católica, en diciembre, señala unas cuantas fiestas y solemnidades importantes. La Navidad, el día 25, pero también S. Francisco Javier, S. Juan Evangelista, Virgen de la Esperanza, el protomártir S. Esteban y, hoy mismo, la Inmaculada Concepción, que es la patrona de la península Ibérica. Una solemnidad difícil de admitir para Santo Tomás, pero también es claro que, dada su mentalidad, una vez proclamado el Dogma de la Inmaculada Concepción, también conocido como Purísima Concepción, lo asumiría. La estructura tan aristotélica del de Aquino le llevó a conclusiones discutibles. Hizo un silogismo que, al final, la conclusión era falsa. Decía que la Redención fue un hecho universal para todos los seres humanos, todos con el pecado original. La Virgen es un ser humano, luego también lo tuvo y por lo tanto se cargaba el dogma. 

Le respondieron los franciscanos que: Dios “potuit, decuit, ergo fecit”. Dios, para quien no existe el tiempo, podía hacerlo, en previsión de los méritos de Cristo. Convenía que lo hiciera, y terminó haciéndolo. Con este célebre axioma, el beato franciscano escocés Duns Scoto (1265–1308) resolvía el problema frente al fundador de la Escolástica con su maestro S. Alberto. Esta puntual apreciación del dominico, una de las mentes más preclaras de la humanidad, nada resta a su valía. 

Tan gran Señor era lógico que tuviese tan grande Madre. La devoción mariana es un punto neurálgico de la fe. Así lo entendió el pueblo y ratificó en el Concilio de Efeso (431) que la declaró, en medio del clamor popular, la "Theotokos", Madre de la segunda persona de la Santisima Trinidad. Una constante que nunca han conseguido borrar ni los más acérrimos atacantes de la Iglesia. Este dogma mariano recoge la creencia del catolicismo que sostiene que María, madre de Jesús, a diferencia de todos los demás seres humanos, desde el primer instante de su concepción, estuvo libre de todo pecado. 

Existe un detalle que personalmente siempre me impresiona. Todos los apóstoles murieron mártires menos Judas y San Juan. Curiosamente a éste, que fue el apóstol más longevo, le encomendó Cristo desde la cruz el cuidado de su madre, a la que también declaró madre nuestra. ¿Se salvó Juan para ello, de morir mártir? Para mi es una prueba del puesto para ella reservado en la fe.

Se ha comprendido, y es constante, el refrendo que le han dispensado en primer lugar el pueblo fiel, pero también los santos y teólogos más eminentes que le dedicaron trabajos importantes. Incluso los gremios y universidades lucharon por la declaración dogmática. Para el arte religioso, la literatura, el fervor son para con María el bien más preciado, después de su Hijo, con el culto más logrado llamado de "hiperdulía", diferente al de Cristo ("latría") y al de los santos ("dulía"). 

Pío IX, consultado el episcopado mundial, proclamó el dogma el 8 de diciembre de 1854 en la “Bula Ineffabilis Deus”: “Definimos, afirmamos y pronunciamos que la doctrina que sostiene que la Santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original desde el primer instante de su concepción, por singular privilegio y gracia de Dios Omnipotente, en atención a los méritos de Cristo-Jesús, Salvador del género humano, ha sido revelada por Dios y por tanto debe ser firme y constantemente creída por todos los fieles”. El historiador Francesco Guglieta, experto en la vida de Pío IX, señala que el tema del naturalismo, que despreciaba toda verdad sobrenatural, impulsó al Papa a la proclamación del dogma: la afirmación de la Concepción Inmaculada de la Virgen ponía sólidas bases para afirmar y consolidar la certeza de la primacía de la Gracia y de la obra de la Providencia en la vida de la humanidad.

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