Opinión

San Faustino Míguez

Desde hoy la Iglesia católica va a contar con un nuevo santo y éste es ourensano, el Padre Faustino Míguez, natural de Acevedo del Río, donde nació el 24 de marzo de 1831. Le bautizaron con el nombre de Manuel, pero al entrar en los escolapios cambió a Faustino de la Encarnación,

Su vida es apasionante. Inquieto y buscador siempre. De muy niño se fue al Santuario de Los Milagros, en Baños de Molgas, permaneciendo en el alto del Medo desde 1847 a 1850, ya con la intención de llegar al sacerdocio. En la búsqueda de su vocación decidió dedicarse a la enseñanza siguiendo a San José de Calasanz. En los escolapios de San Fernando, en Madrid, el 5 de diciembre de 1850 toma los hábitos, llegando a ser ordenado sacerdote el 8 de marzo de 1856.

Viendo sus superiores las cualidades con las que contaba fue enviado a Cuba unos años, para volver al colegio de Getafe en 1860. Fue bibliotecario del Monasterio de El Escorial pasando después a dirigir el colegio de Monforte de Lemos y más tarde Sanlúcar de Barrameda, en 1879. Su docencia fue sumamente variada, lo que revela su categoría: fue profesor de latín, historia, álgebra, geometría, retórica, geografía, agricultura, física y química, historia natural, higiene y francés. Destaca especialmente en las ciencias naturales y su didáctica. Aquí sobresalen los libros de texto que escribe: “Nociones de historia natural”, “Nociones de física terrestre” y “Diálogos sobre las láminas de historia natural”.

Es muy apasionante su vida e inquietud. Él sostenía que la educación es “la obra más noble, la más grande y la más sublime del mundo porque abraza a todo el hombre tal como Dios lo ha concebido”. Pero le dedica todo su esfuerzo a la educación de las niñas como “esposas y madres del mañana”, repetía. Y lo más interesante es que la educación para él debe promover la formación “humanocristiana” de las alumnas. Así nace el Instituto Calasancio Hijas de la Divina Pastora, las calasancias por él fundadas el 2 de enero de 1885.

Acaso por lo que el mundo más le recuerde es por su faceta científica. En Cuba observa el uso tradicional que hacían de las plantas para el tratamiento de enfermedades y decide estudiar de forma científica las plantas medicinales y la fitoterapia. De regreso a la Península, el Ayuntamiento de Sanlúcar de Barrameda le encarga en 1872 el análisis de las propiedades de las aguas de la localidad. Elabora unos preparados medicinales que son registrados en 1922 con el nombre de “Específicos Míguez”, origen del futuro Laboratorio Míguez, dedicado a la preparación de extractos de plantas medicinales, y encara el proyecto del Instituto Calasancio. En 1888 vuelve a Getafe y aquí permanecerá durante 37 años hasta su muerte. Jubilado como maestro, seguía su actividad científica. Muere en Getafe el 8 de marzo de 1925.

El 25 de octubre de 1998 fue beatificado por Juan Pablo II en un proceso que había comenzado en 1953 y que contó con un milagro realizado a un niño, hoy sacerdote de la diócesis, Domingo Coello. Su colegio de Getafe ha instalado un museo dedicado al fundador que recoge su trayectoria y su obra.

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