Opinión

Tal día como hoy

Corremos el riesgo de la rutina. De creer que todas las fechas que se celebran año tras año son lo mismo y entonces vivir los acontecimientos de forma rutinaria sin profundizar en los contenidos que cada data nos ofrece. Hay cosas que se miden y van por derroteros bien distintos. El amor a una madre nunca es el mismo; la fidelidad de los esposos siempre es diferente. Un "te quiero", repetido millones de veces, nunca es lo mismo. Igual acontece con los misterios de la fe cristiana. Por eso, en la definición de sacramento se recalcan dos palabras esenciales, que son: "sensibles y eficaces". Es decir, signos que producen lo que significan, el agua sirve para lavar y en el caso del bautismo lava del pecado original.

La esencia del misterio cristiano se celebra en estos días de manera especial en el Triduo Sacro que hoy comienza con el solemne Jueves Santo. Tal día como hoy fue instituido el sacerdocio, el mandamiento de la caridad y la Eucaristía, que es lo más sagrado que tenemos en la fe católica. Ella es el centro y a la vez el culmen de la vida cristiana y a ella tienden los demás sacramentos. Nunca es un recuerdo: es una actualización: "Cada vez que hagáis esto hacedlo en memoria mía". Se resalta "cada vez" y que "Yo estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos". Doctrina evangélica que los concilios han recogido siempre de forma clara como dogma esencial de la fe.

Los contenidos de este día trascienden los sentidos. Cuenta la Historia que el papa encargó a Santo Tomás de Aquino y a San Buenaventura un himno a la Eucaristía. Llegado el momento se presentaron ambos ante el pontífice y comenzó a leer el aquinate el suyo: "Adorote devote latens deitas..." Escuchando el franciscano aquellos versos metió la mano en el bolsillo, sacó el suyo y lo rompió en añicos. "Es imposible hacer algo mejor", dijo humildemente San Buenaventura. La Eucaristía en la que Cristo, como Dios además de estar como en todas partes, "es" Él mismo con su cuerpo, sangre alma y divinidad. Gran misterio que se queda presente como sacrificio y alimento, como amigo y compañero de viaje más íntimo a nosotros que nosotros mismos. Es difícil conseguir mejores versos para reflejar lo que para los creyentes significa y es este día:

"Yo te adoro, Señor, con reverencia/ oculto en esa cándida apariencia./ La vista, el tacto, el gusto se equivoca./ En la cruz la Deidad estaba oculta,/ aquí aún la Humanidad amor sepulta./ Como Tomás, las llagas no percibo,/ mas ¡oh Dios! te confieso eterno y vivo./ Haz que siempre en Ti crea firme y constante,/ que espe- re en Ti y te sea fino amante./ ¡Pan vivo que a los hombres das aliento!/ Concédeme que mi alma de Ti viva,/ y tu dulce sabor siempre perciba./ Con tu sangre lávame de las man- chas del pecado;/ pues una sola go- ta es suficiente. /Oh, Jesús, a quien velado ahora miro, /hágase lo que tanto yo suspiro: /que amándote yo aquí constantemente,/ sea dichoso contigo eternamente.”

Al gran impulsor de la Escolástica que supo unir la filosofía aristotélica a la suya propia, se le atribuyen otros himnos eucarísticos. Todos ellos pletóricos de contenidos y hermosura literaria en la versificación latina.

José María Pemán escribió en 1952, para el XXXV Con- greso Eucarístico internacional de Barcelona, aquellos versos inolvidables: "De rodillas, Señor ante el Sagrario,/ que guarda cuanto queda de amor y de unidad,/ venimos con las flores de un deseo/ para que nos las cambies en frutos de verdad;/ Cristo en todas las almas/ y en e mundo la paz./ Como estás, mi Señor, en la Custodia,/ quere- mos que en el centro de la vida/ reine sobre las cosas tu ardiente caridad." 

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