Opinión

Un personaje actual

La cosa comenzó con Bartolomé Garelli, un muchacho italiano travieso a quien el sacristán de aquella iglesia quería echar a golpes. El niño, ni rezar ni leer ni nada sabía. Unicamente sabía silbar y eso le bastó saber a Don Bosco para acogerlo con cariño y comenzar con él la gran obra salesiana. Sus seguidores tratamos de transmitir ese carisma inconfundible que es la alegría salesiana. Tengo un montón de experiencias por todas partes en las que, al encontrarte con un grupo de jóvenes, los que están, o han pasado, por un colegio salesiano se les descubre, al menos yo y déjenme presumir, se lo noto enseguida. Es un estilo, el salesiano, que en realidad contagia y en la práctica se nota enseguida. 

Tengo la costumbre, ya sea en la calle o en la confesión, si sé que pertenecen a la Familia Salesiana, les pido que me enseñen la cartera y la abran delante de mí. En la inmensa mayoría aparece la imagen de María Auxiliadora y si en alguna ocasión está la cartera sin la foto siempre les doy una de las muchas que llevo conmigo. Y poseo anécdotas mil sobre ello. Uno la tenía toda rota y pegada con celofán. Me dijo que la llevaba allí hacía más de 40 años. Le di una nueva pero me pidió: “Déjeme que lleve las dos”.

La figura de Don Bosco aparece en el aeropuerto que Maiquetía en Venezuela pero fue él quien profetizó, entre otras muchas cosas, la ciudad de Brasilia, donde una gran Basílica lo recuerda. Porque, y sin pasión alguna y dejando a un lado la llamada bilocación en Barcelona, son muchos los momentos en los que Don Bosco habló de cosas futuras acertando siempre, como lo fue su muerte a la espera de Don Cagliero que llegaba de Argentina; o la muerte en accidente de aquel joven cuando todos esperaban el óbito de otro que estaba muy enfermo. Por eso nos dejó el consejo: “Rezad por aquel de nosotros que muera primero”.

Son célebres sus sueños. En el tren soñó con una frase reiteradamente: “Tibi dabo, tibi dabo”. Desconocía el significado final hasta que, llegando a Barcelona, le ofrecieron aquella zona donde hoy se conserva el Santuario del Tibidabo. Y nada digamos del célebre sueño de “Las dos columnas” (30-5-1862). Muchos han visto en él algo sorprendente, como es la situación de la Iglesia y el atentado a Juan Pablo II. El contenido de este sueño es sumamente similar al secreto de Fátima, y pensemos que fue en 1862 y lo de Fátima en 1917. La actualidad del mensaje de Don Bosco sigue siendo palpitante. Su concepto de la Iglesia que refleja en el cuadro que mandó pintar a Don Lorenzoni para la Basílica de María Auxiliadora de Turín; es todo un resumen.

Fundadores posteriores de organizaciones religiosas han sabido copiar, o al menos han leído y tratado de plasmar en sus constituciones, muchos de los hitos que Don Bosco resaltó. Hoy es su fiesta, que cuantos tratamos de seguirle celebramos con gozo como lo hace la Iglesia universal al recordar a este italiano universal. Su vida, sus obras y sus sueños son toda una lección a seguir. Pero sobre todo ha dejado la devoción a María Auxiliadora (una de las cuatro advocaciones marianas que recoge el Vaticano II. Lg.62: “Abogada, Auxiliadora, Socorro y Mediadora”). El título, venido del norte de Italia, lo recogieron los capuchinos, que eran los educadores de Don Juan de Austria, y es así como se invocó en la Batalla de Lepanto, en la que también participó Cervantes. Pero en realidad quien propagó universalmente a María como Auxiliadora de los Cristianos ha sido Don Bosco. Nada sería su obra, ni la Familia Salesiana, sin la devoción a quien es Madre de la Iglesia, Madre nuestra y Auxiliadora de los cristianos. Por eso repetía: “Todo lo ha hecho Ella”.

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