Opinión

Lucha titánica en el PSOE

Se cumple este año el sexagésimo aniversario del Conservatorio de Música Municipal de Ourense, celebración que se acompaña de conciertos, conferencias y otros actos conmemorativos que recuerdan la importancia de la institución dentro del ámbito provincial así como los distintos logros que jalonan este recorrido.

Desde el reconocimiento de la actividad musical lectiva y profesional hasta el logro de un bachillerato musical —pugnado por los docentes con uñas y dientes—,  opción en la que tantos esfuerzos se han empeñado hasta conseguir su equiparación al resto de la enseñanza oficial.

Un acontecimiento en el que participan docentes y autoridades, para quienes siempre hay un reconocimiento a su labor. Pero hay un actor siempre ajeno a los homenajes cuya presencia es esencial para la existencia de esta realidad educativa, social y cultural, que permanece pese a ello siempre en segundo plano: el estudiantado, un grupo por lo general apartado de las mieles del homenaje,  cuyo esfuerzo apenas se ve compensado por la palmadita en la espalda hasta terminar su formación.

Sólo las personas entregadas a la instrucción de una materia de esta naturaleza, que por lo general inician hacia los ocho años de edad, son conscientes del sacrificio que comporta estudiar música en España, donde su formación está desvinculada de la enseñanza obligatoria sin que ello aminore en nada su carga, reconocimiento del que sí disfrutan en países cuya educación es puntera como Finlandia, Suecia o Noruega, donde las enseñanzas artísticas son fomentadas desde la infancia como herramienta para una educación mejorada. 

De ahí la conveniencia de rendir por una vez tributo a estos jóvenes, cuyo afán  no se limita a las aulas sino que nutren las bandas y orquestas de multitud de poblaciones, deleitando a sus convecinos con sus habilidades, animando fiestas populares y dando en definitiva color a tantos pueblos que el resto del año permanecen letárgicos.

Los alumnos de conservatorios, tanto de música como de danza, soportan el doble de carga lectiva que el resto de estudiantes de colegios e institutos, desarrollando a cambio una disciplina y constancia inherente a la práctica de su especialidad, lo que acostumbra a redundar en su calidad estudiantil al disponer de un más acusado espíritu de sacrificio.

La mayoría de ellos terminarán sus estudios de bachillerato al tiempo que obtienen el de Grado Profesional de música, lo que de por sí ya pone de relieve el alto esfuerzo desarrollado.

Al margen de los estudios que continúen con posterioridad, merece la pena recordar su notable esfuerzo en tan noble formación. Cuando se escucha la sintonía de un programa de entretenimiento en el cine, la radio o la televisión, al oír interpretar un himno, asistir a un concierto, ver una película o un simple anuncio de televisión; al bailar en la verbena de las fiestas del pueblo e incluso al disfrutar de los pasacalles y charangas del carnaval, conviene recordar que detrás de todo ello está la labor de un montón de profesionales cuyo denuedo comenzó en la infancia, trabajando con constancia a lo largo de la adolescencia, redoblando el esfuerzo frente al resto de estudiantes aunque su labor en muchas ocasiones no fuera todo lo reconocida que debiera pese a ser meritoria.

De ahí que todo el mundo sea consciente, pero sobre todo ellos, del significado de las palabras de Theodore Roosevelt: “es solo a través del trabajo y del esfuerzo doloroso, por la energía sombría y el valor resulto, que pasamos a cosas mejores”.

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