Opinión

¿Será Grecia la solución y no el problema?

La prueba más evidente de que la situación de Grecia es un fracaso europeo, que va más allá del gobierno de Alexis Tsipras, es que nadie sabe, a ciencia cierta, lo que va a pasar esta semana en la eurozona. Es probable que Tsipras se haya equivocado, empezando por levantarse de la mesa sin guardar las formas y rematándola con el referéndum, pero no es menos cierto que la Unión Europea ha dejado a la vista de todo el mundo su propia debilidad interna.

Por población, Grecia es un estado de dimensión similar a Ohio o Míchigan en Estados Unidos. Por PIB, es menos que Cataluña. Pero a nadie se le ocurriría imaginar que el dólar se tambalea porque Míchigan tenga problemas financieros, por graves que éstos sean. En primer lugar, porque Washington no habría permitido que Ohio o Míchigan llegasen al nivel de deterioro financiero en que se encuentra Grecia, que es un país incapaz de devolver sus deudas, como ya reconoció el propio Fondo Monetario Internacional (FMI); por cierto, el primer acreedor al que Grecia no le ha devuelto un plazo de su inmensa deuda.

La comparación con Cataluña tampoco es inoportuna, ya que estando su independencia en el aire también cabría imaginar otra inmensa crisis política y financiera en la zona euro en caso de salirse los catalanes de España y, en consecuencia, de la Unión Europea, al menos hasta ser readmitidos de nuevo, si ello fuese posible, sin el veto de España. Aunque tiene menos habitantes que Grecia, el PIB de Cataluña es superior, lo que supone que, por su propio peso, dejaría el euro no menos tocado.

Estos dos ejemplos si algo prueban es que la Unión Europea tiene que construirse de otra forma y con otras reglas. El euro ha igualado los precios de los países que lo componen pero no las rentas de sus contribuyentes, con lo cual se ha generado una situación insostenible: el sur de Europa no es capaz de seguir el ritmo del norte.

El problema no es tan extraño ni tan atípico. No todos los estados de EE UU tienen el mismo nivel de productividad, ni todos ellos están altamente industrializados. Pero todos ellos pueden compartir una misma moneda, el dólar, porque en Estados Unidos hay una política monetaria común pero también hay otras muchas políticas comunes, como la fiscal o la de defensa.

Si Europa quiere dejar atrás estas crisis en el fondo tan locales y tan pequeñas es evidente que precisa avanzar en su construcción política y económica, dotando al Banco Central Europeo de no menos competencias que las atribuidas a la Reserva Federal, cuyos dirigentes no sólo se ocupan de vigilar la inflación, sino también el paro.

Grecia es un gran problema para los griegos pero no es el gran problema de Europa. Grecia admite una solución política –no sólo financiera- y a la vez puede servir para acelerar el proceso de construcción europea. Ya lo advirtió hace 65 años Robert Schuman, uno de los padres fundadores del entonces llamado Mercado Común Europeo: “Europa no se hará de una vez ni en obra de conjunto: se hará gracias a realizaciones concretas que creen primer lugar una solidaridad de hecho”.

Tras el referéndum de Grecia llegará el de Gran Bretaña, seguirán ahí las tensiones nacionalistas en Escocia y Cataluña, y no desaparecerán por arte de magia muchos otros factores de inestabilidad social. Grecia ya no es el gran problema. Más bien puede formar parte de una gran solución. 

@J_L_Gomez

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