Opinión

Washington no llama a Sanxenxo en agosto

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photo_camera El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy.

Meses antes de la asamblea del Fondo Monetario Internacional (FMI), en pleno verano de 2012, el entonces presidente de EE UU, Barack Obama, había llamado por teléfono al jefe del Gobierno español, Mariano Rajoy, que a primeros de agosto estaba de vacaciones en Sanxenxo. Ambos hablaron, eminentemente, sobre la situación económica de España y de la UE. ¿Era tan extraño el interés de Obama? No. ¿Tenía que ver con el apoyo del FMI a España? Sí. España estaba en boca de todos y su futuro era incierto. Bajo la amenaza de un rescate, en juego estaban su capacidad de pago y los evidentes riesgos para terceros países.

Tanto EE UU como el FMI salían en auxilio de España y no precisamente por solidaridad, sino por su propio interés: la eurozona estaba adentrándose en una nueva recesión que amenazaba a la economía de la primera potencia mundial, donde el demócrata Obama tendría elecciones tres meses después, en las que revalidaría su mandato.

Forzar a Alemania a echarle una mano a España y a Italia, mediante una rebaja de los tipos de interés, tenía un precio, pero aun siendo alto sería inferior al de contaminar EE UU y la propia eurozona, cuya interdependencia es grande.

El presidente Obama ya había urgido en varias ocasiones a los líderes de la UE a que tomasen las medidas necesarias para controlar la crisis económica, y de ese modo evitar que se contagiara a otras zonas del mundo. Así, en mayo de 2012, en un discurso durante la reunión del G-8, Obama dejó una frase lapidaria: “Si una compañía quiebra en París o en Madrid, eso significa menos negocio en Pittsburgh o en Milwaukee”.

Pero hubo más. En plena campaña electoral norteamericana, el candidato demócrata puso a España como ejemplo de la falta de reacción de Europa ante la crisis. “Europa no respondió con la misma celeridad que EE UU cuando estalló la crisis económica. En España, cuando estalló la burbuja inmobiliaria, no se reaccionó con rapidez. Como consecuencia, ha tenido muchos problemas para obtener préstamos”, dijo Obama, al tiempo que comprometía a su país en la elaboración de un “programa de recuperación creíble”. Era la segunda vez en menos de un mes que España se mencionaba de manera negativa en la campaña electoral estadounidense. Durante el primer debate presidencial, había sido el candidato republicano, Mitt Romney, quien señaló que no quería “seguir el ejemplo de España”. Sus palabras no sentaron nada bien entre los dirigentes conservadores españoles, hasta el punto de que la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, recriminó al exgobernador de Massachusetts que sus palabras “evidenciaban mucho desconocimiento de la realidad”.

Y no se acabó ahí la cosa: en plena recta final de la campaña para su reelección, Obama volvió a referirse a un país que hasta aquel año había pasado inadvertido en las elecciones norteamericanas: “No podemos permitir que España se derrumbe”, dijo el líder demócrata, al tiempo que expresaba su interés por asegurarse de que las reformas de España “tengan el apoyo de Alemania”.

Otros líderes políticos en Francia, Alemania o Reino Unido también pusieron de (mal) ejemplo a España en sus grandes mítines. Uno fue el supuesto aliado Nicolas Sarkozy, otro el férreo ministro de finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, y el tercero, el inglés David Cameron.

Por fortuna, el presidente de EE UU ya no llama al jefe del Gobierno español en agosto.

@J_L_Gomez

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