Opinión

Fantasmas en el castillo

Hay lugares totémicos en el crepúsculo del mes de agosto, cuando el veraneo de nuestros políticos toca a su fin. Quintanilla de Onésimo, un lugar privilegiado donde los haya, al menos en cuestiones enológicas, lo fue durante muchos de los años del mandato de José María Aznar; allí entre correligionarios y palmeros más de una vez el expresidente sucumbió a los excesos, al menos en cuanto a la exaltación de los caldos, para retraerse después como quien se arrepiente vencido por la gran resaca.

De las campas de Rodiezmo y los pañuelitos rojos al cuello, y del todos juntitos cantando puño en alto tan celebrado por Leire Pajín y Bibiana Aído, ya no se acuerdan ni los mentores; la última vez que un helicóptero presidencial se dejó caer por allí con Zapatero a bordo aún había mineros y sindicalistas dispuestos a acompañar a los ministrables en los cánticos de la Internacional puño en alto; allí se crecía un Alfonso Guerra que recobraba fuerzas tras el descanso dispuesto a llamar aquello de “mariposín" a Rajoy y quedarse tan pancho. Lo de Rodiezmo se acabó por desavenencias entre los militantes de UGT que eran los que lo convocaban, el último año ya no invitaron a Zapatero, una huelga general en ciernes convocada por Méndez no era como para celebrar, en realidad los últimos años de Zapatero la campana de difuntos sonaba todo el rato.

El castillo de Soutomaior de Rajoy sonaría a carton piedra si no fuera porque todos sabemos que existe. Un castillo arropa y da vigor incluso a Rajoy que parece siempre cansado, también cuando corre o le hace las veces -esquinas- a Ángela Merkel. De la euforia política en un escenario así nadie se fía, ni los fantasmas del castillo, que se mofan nada más escuchar a Rajoy cuando menta a la bicha de la mejoría, “la crisis está en retirada”; si no fuera por los 1500 incondicionales que lo acompañan se escucharían carcajadas.

Te puede interesar