Opinión

Mentiras y otras mentiras

Uno imagina a la mentira como ese territorio cenagoso que atrapa. 

Empecemos por lo obvio. Una mentira -decía Sófocles- nunca vive hasta hacerse vieja. Innegable, con matices. Hay mentiras cuyo valor es parte del enunciado, mentiras a sabiendas dicen. La archiconocida invasión de Irak, cuya finalidad era acabar con el sátrapa o simplemente justificar la acción militar. Hoy, ninguno de los protagonistas le airean el sambenito de mentiroso, ni esa acción ha limitado su progreso económico o social, por mucho que haya marcado parte del devenir de los tiempos. 

Nos gusta que nos mientan. Nada más hermoso que una historia a medida, sin rigor, pero con amarres. A veces, la mentira consiste en deformar la realidad, para que encaje, con mayor o menor inteligencia, y en eso no hay distingos. Desde el odio racial, consumado en la Alemania nazi en favor de una raza, hasta las verdades que nutren muchos nacionalismos, envolturas populistas o lo que toque. 

Mentiras individuales y colectivas. Enric Marco se hizo pasar durante años por superviviente de los campos nazis, hasta que fue desenmascarado. Después hizo relato Javier Cercas, “El impostor”, título bien cinematográfico. Marco representa una tipología de la mentira, de aquellos que disconformes con su realidad sueltan anclas en una huida imposible. 

Mentiras crudas. La que acabamos de conocer de la niña Nadia, cuya enfermedad estremece, casi tanto como la realidad de un padre que se envuelve en una maniobra sin futuro. No es el primer caso, mentiras envueltas en caridad -casos que se repiten- con propósitos indignos. Historias tristes. 

Mentiras más ingratas, por lo que concierne, es la que envuelve nuestra Constitución. Derecho al trabajo, vivienda, igualdad de oportunidades, respeto del medio ambiente. No son mentiras, del todo, es cierto, tampoco verdades. 

¡Ah!, y los impuestos, una vez más, no se suben, se bajan.

Te puede interesar