Opinión

Convivencia social (o política)

Reiteradamente nos hemos referido en nuestros artículos a la necesidad que tenemos los seres humanos de compartir un mismo espacio en armonía, con respeto y asumiendo las pautas o normas básicas que regulan nuestras relaciones. A eso se le llama convivencia, que es la acción de vivir o, lo que es lo mismo, “vivir en compañía de otro u otros”.

Pues bien, precisamente de convivencia habló en varias ocasiones el presidente del Gobierno en la intervención que hizo desde Moncloa el pasado domingo con motivo de la jornada del 1-O en Cataluña. Habló de “amparar la convivencia y buscar la concordia”, “estrategia contra la convivencia democrática”, “ruptura de la convivencia”, “saltarse los márgenes de la convivencia”, “causar un grave daño a la convivencia”…

Continuó pidiendo “respeto a una convivencia pacífica y legal” y también subrayó que la convivencia es “un bien que debemos empezar a recuperar cuanto antes”, añadiendo que “la convivencia en España se ha cimentado siempre en el acuerdo y así ha de seguir siendo”. Rajoy hizo hincapié en la actitud de la gran mayoría de los catalanes en favor de la convivencia, pues “han dado pruebas de un gran civismo y de un respeto insobornable a los principios que fundamentan nuestra convivencia”… censurando a aquellos que “han traspasado los límites del más elemental decoro democrático” con “comportamientos y actitudes que repugnan a cualquier demócrata”. Y concluyó pidiendo que se continuase “unidos por la senda de las libertades, la justicia, el progreso y la convivencia democrática”.

Sin entrar en la interpretación política de dicho discursos, lo evidente es que una sociedad en la que sus individuos no respetan las normas de convivencia, es una sociedad que padece un grave problema para un normal desarrollo ciudadano. Convivir es asumir las reglas de juego que establecen las premisas de las relaciones humanas. Charles-Louis de Secondat, barón de Montesquieu, opinaba que “si los usos de un pueblo son buenos, las leyes resultan fáciles”. Pero esas leyes garantizan esos usos. Siglos antes, reconocía Cicerón: “En cuanto a nuestra conducta con respecto a las costumbres públicas y a las usanzas civiles, no hay que dar ningún precepto. Ellas mismas son preceptos”.

Normas, leyes, preceptos… la sociedad necesita de ellas para garantizar esa convivencia dentro de un marco civilizado y, como dijo el rey, “sin respeto no hay convivencia democrática posible”.

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