Opinión

Cortesía en el sablazo

El sablazo como tal (“acto de sacar dinero a alguien pidiéndoselo, por lo general, con habilidad o insistencia y sin intención de devolverlo”, según el DRAE), siempre ha existido coetáneo a la convivencia del mismo ser humano, eso sí, sufriendo las lógicas transformaciones inherentes a la evolución social. Y hasta qué punto antaño era una práctica usual, que algunos manuales de urbanidad le dedicaban un capítulo al tema.

Por ejemplo, una forma de describir en aquellas publicaciones “se da el nombre de sablazo al acto de sacarle a uno dinero. Viene a ser, por consiguiente, como una manifestación de la mendicidad, pues aunque lo que se pide se pide a título de préstamo, por lo general este préstamo se convierte forzosamente en donación” y añade el autor de este texto “yo creo que más que “acto”, el sablazo debería calificarse de “arte”, pues arte se necesita para primero, hacerse escuchar y después para convencer y salir así victorioso en la pretensión”.

Pero toda la acción, la del sablista y como la del objeto de su “arte”, tiene que hacerse con cortesía. “Cuando se haya de pedir algo a título de préstamo-se dice en ese libro de los años cuarenta-naturalmente que lo primero que precisa es que la petición se haga con simpatía, suavizando la gravedad del conflicto y descubriendo un optimismo esperanzador para los dos”. Y después se aconseja “si aquel que es objeto de un sablazo, no está dispuesto a conceder el favor que se le pide, lo que deberá hacer es negarse con amable excusa desde un principio”.

Como comprobamos, la gentileza y buen tono no debe perderse aún a sabiendas que estás siendo objeto de un engaño. Agridulce moraleja para los tiempos que nos toca vivir y donde todos somos a priori sospechosos de perpetrar taimadas acciones, aunque sean sociales. Pero es lo que conlleva formar parte del llamado teatro social donde cada uno tenemos un papel encomendado.

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