Opinión

El toisón

El Salón de Columnas del Palacio Real se revistió de gran solemnidad para acoger una ceremonia de tanto abolengo como es la imposición del collar de la Insigne Orden del Toisón de Oro. El rey, Felipe VI, se la impuso a la princesa de Asturias, Leonor. O lo que es lo mismo, el padre condecoró a su hija mayor. Lo mismo que en su momento Juan Carlos I hizo con su hijo cuando era príncipe y como heredero de la Corona. Hasta ahora ha sido el único collar de la Orden que concede nuestro actual monarca desde su proclamación. Y qué mejor manera de hacerlo con su primogénita y además coincidiendo con el cumpleaños del soberano. Le fue otorgado por real decreto de 30 de octubre de 2015, oído el Consejo de Ministros.

Su origen se remonta a 1430, habiendo sido instituida por el duque de Borgoña Felipe III, y fue su nieto, el emperador Carlos V o I de España, quien lo trajo hasta nosotros (1520) y desde entonces se trata de la más alta condecoración que concede el rey, en su condición de gran maestre de la Orden. El Toisón lo han recibido reyes y miembros de familias reales y relevantes personalidades aristocráticas, políticas o militares, tanto españolas como extranjeras.
Nuestros dos reyes, Juan Carlos I y Felipe VI, poseen esta alta distinción. El collar que recibió la princesa de Asturias perteneció a su su bisabuelo, don Juan de Borbón. Los collares son propiedad de la Orden, a la que deben devolverse a la muerte de cada titular. Hasta el día de hoy, se han entregado un total de mil doscientas condecoraciones. Esta distinción está inspirada en el mito de Jasón y consta de un collar de oro con las armas de los duques de Borgoña, del que cuelga el Toisón o Vellocino, también de oro. 

Como decimos, esta pasada ceremonia, desarrollada siguiendo las más estrictas pautas del ceremonial protocolario, sirvió para que durante un espacio de tiempo la Casa Real centrase todas las miradas y nos desviásemos del folletín independentista del eje Barcelona-Bruselas, cuyos protagonistas pasan de cumplir normativas y reglamentos y esto del Protocolo de Estado les suena a música celestial con tintes de sardana -basta por ejemplo comprobar como “pasan” de exhibir la bandera del Estado español en sus comparecencias públicas, cuando por Ley están obligados-. Lo dicho, con esta ceremonia, el Palacio Real fue un oasis en la convivencia española.

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