Opinión

Investir o embestir

Investir o embestir. Esa es la cuestión. Porque además, obviamente, no es lo mismo, pero a la vista de lo acontecido en los últimos días en el Palacio de la Carrera de San Jerónimo, casi se asemeja por asimilación de contextos. Investir supone el carácter que se adquiere con la toma de posesión de ciertos cargos o dignidades. Esto es, hacerlo con solemnidad. No obstante, si aplicamos el sentido de embestir, se entiende que se actúa con ímpetu sobre alguien.

Y es que en la reciente sesión de investidura (más bien en ambas) -acto que se considera protocolariamente como solemne, lo que obviamente obligaría a sus señorías a respetar la etiqueta que exigen las normas del propio Congreso de los Diputados y donde la corbata es un elemento ineludible, pero que hemos visto que no fue así, habida cuenta de la indumentaria exhibida-, en lugar de asistir a una ceremonia para investir al nuevo presidente del Gobierno, hemos asistido a una acción más propia de embestir.

Quiere ello decir que las formas, una vez más, han brillado por su ausencia. Había más preocupación por montar un número en los escaños, que en comportarse de acuerdo con unos mínimos parámetros de lo que se entiende como buena educación. Lo importante era subir hasta el podio y dar un discurso trufado de mensajes no siempre subliminales, atacando ferozmente al adversario y en ocasiones rayando el insulto y la descalificación personal.

El hemiciclo no puede convertirse en un espectáculo circense con trapecistas, funambulistas, magos, domadores o payasos. No puede ser un escaparate para pasear bebés o darse besos “en pleno morro” entre dos diputados. La cámara baja es un espacio que exige todo el respeto porque en la misma se aprueban las leyes que rigen la vida de todos los ciudadanos y por ello, nuestros representantes parlamentarios tienen que acudir a la misma para comportarse con ejemplaridad.
Lamentablemente, comprobamos que no está siendo así. Sacrifican las formas por tener minutos de gloria.

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