Opinión

Pasen y vean

Cada vez que escuchamos la frase “pasen y vean”, indefectiblemente la asociamos al espectáculo del circo. Y mucho más enfatizada cuando la acompañamos por un redoble de tambores. Pues de eso queremos hablar hoy, del espectáculo circense que, de vez en cuando, y de un tiempo a esta parte lamentablemente con asiduidad, se produce en nuestro solemne Palacio de la Carrera de San Jerónimo. Y a buen seguro que ante estas desagradables escenas, la presidenta del Congreso hubiese deseado tener un buen redoble tamboril para magnificar cada vez que se ve obligada a propinar un mandoble a sus ilustres señorías. Lo de “ilustres” a veces cuestionable según el personaje. 

Phineas Taylor Barnum (XIX), fundador del circo Barnum, pasó a la historia por ofrecer espectáculos más propios de la picaresca que del mundo del circo puro y duro, pues su objetivo era entretener al público mediante atracciones fingidas, falsas y engañosas y, encima, disponía de una pléyade de sicarios que se ocupaban de “afanar” otros ingresos mediante el hurto de las carteras de los espectadores. No extraña que él acuñase la frase: “En este mundo cada minuto nace un tonto”, y que inexorablemente aparece vinculada al “mayor espectáculo del mundo”, de ahí el “pasen y vean”.

Pues bien, valga este símil histórico para ilustrar los recientes acontecimientos vividos en el hemiciclo, tras la intervención de un clásico de estos despropósitos verbales, como es el diputado de ERC Gabriel Rufián, quien fiel a su línea de agravios se enzarzó con el ministro Josep Borrell y cuyo debate ya conocen porque, como sucede con este tipo de noticias, suelen difundirse hasta la saciedad. Al margen de insultos o de frases desafortunadas, el “show” se completó con un escupitajo o conato de lapo, supuestamente sufrido por el citado miembro del Gobierno y propinado por otra señoría del partido independentista.

Y como quiera que la presidenta de la Cámara, quien reconoció que los insultos cada vez proliferan con más frecuencia. se cansó se advertir que no iba a permitir estas alteraciones del orden y recordar que el Congreso es “la casa de la palabra", a la tercera va la vencida expulsó al diputado de ERC. Y Ana Pastor subrayó: “¿Cómo puede ocurrir esto cuando en teoría esta debiera ser la generación de parlamentarios mejor preparada y deberían dar ejemplo en el buen uso de la oratoria?". Ciertamente.

Decía Ortega y Gasset que el Parlamento “apenas si ha hecho otra cosa más que absorber los relieves de espontaneidad política”, y José María Pemán afirmaba que el Congreso de los Diputados “siempre ha sido una gran tertulia política, donde se decían bonitos discursos”… Ya saben lo que dice nuestro refranero, ”tiempos pasados, fueron mejores”. Claro que el filólogo y lexicógrafo Julio Casares reconoce en su obra “Cosas del lenguaje”, hace ya 45 años: “¿Cómo salir por el decoro del idioma cuando el Parlamento daba un ejemplo de grosería jamás igualada con su coro de jabalíes encargado de subrayar a golpe de interrupciones tabernarias, el diálogo del león de guardarropía con la serpiente ateneísta?”. Reflexionemos.

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