Opinión

Simbología del poder

Necesariamente tenemos que volver a hablar de las ceremonias de toma de posesión. Y lo hacemos porque acabamos de asistir a dos actos institucionales totalmente distintos, aunque con idéntico fin: asumir responsabilidades de un cargo oficial.

Uno de ellos se celebró en la Casa Real, protagonizado por Pedro Sánchez, quien asumió las funciones de presidente del Gobierno de España. Utilizó la fórmula contemplada en el Real Decreto 707/1979, de 5 de abril, pero cambió la puesta en escena, pues por primera vez en una ceremonia de este tipo, el presidente, que prometió el cargo, pidió que se retirase tanto el crucifijo como el ejemplar de la Biblia, y lo hizo únicamente ante un tomo de la Constitución - facsímil de la editado por las Cortes Generales en 1980, abierto en el artículo 62-. Hasta ahora, todos los anteriores presidentes de la democracia cumplieron con esta ceremonia, hayan jurado o prometido, incluyendo los socialistas Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero, pero manteniendo los citados símbolos religiosos sobre la mesa instalada en el salón de audiencias de la Zarzuela, y en concreto la Biblia que permanece abierta por el “Libro de los Números”, donde se habla de “Las leyes sobre los votos”.

Precisamente desde julio de 2014, tras la proclamación de Felipe VI, la Casa del Rey acordó dar la opción a los altos cargos de jurar o prometer ante la Biblia y la cruz o sin ellas delante, para dar cumplimiento a lo establecido en el ordenamiento constitucional en materia de libertad religiosa. Y Pedro Sánchez no sólo se acogió a esta opción, sino que ha sido coherente con el contenido del programa electoral de su partido, que contempla que la toma de posesión o promesa de cargo se hagan únicamente ante la Constitución y que los actos de Estado sean de carácter civil.

Y ese mismo día, a más de 600 kilómetros de la Casa Real, tomaban posesión -por decir algo que se entienda- los nuevos miembros del gabinete de la Generalitat catalana. Lo hacían no sólo incumpliendo la Ley 39/81 de 28 de octubre, porque sólo aparecía la bandera de Cataluña sin la presencia, como es obligada, de la de España, sino que pasaron del decreto 707 antes citado y se inventaron una fórmula a imitación de su presidente: “Con lealtad al presidente de Cataluña” y al servicio de esta Comunidad que otros quieren convertir en República. Fue una representación llena de simbolismo -lazo amarillo sobre una silla incluido- hacia sus reivindicaciones supremacistas, antes que una ceremonia protocolaria… donde nadie se comprometió ni ante la Constitución ni ante la lealtad a la Corona. Quizás por eso el cuadro del Rey estaba solapado tras una tela.

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