Opinión

Tradiciones sacras

Las celebraciones incluidas en la programación de la Semana Santa, además de su significado católico, implican una serie de ceremonias que forman parte de nuestro acervo cultural y por lo tanto de nuestras tradiciones arraigadas en la sociedad. Un ejemplo lo tenemos en el Pregón de la Semana Santa, que supone el inicio, por así decirlo, oficial, del programa de actos de la misma. Como es costumbre, se celebró en el marco de la iglesia de Santa Eufemia y estuvo a cargo de José Manuel Domínguez Prieto, director del Instituto de la Familia. Expuso varias miradas sobre esta celebración, desde una perspectiva cívica y social, hasta la específicamente religiosa y lo que implica como tal encuentro espiritual.

Es evidente que estas fechas permiten desarrollar una socialización de las celebraciones, al margen de sentimientos arraigados en la fe católica. Por ejemplo, cualquier procesión o una visita a los templos es una oportunidad para enriquecer el bagaje personal, al tiempo que uno se empapa de cultura, pues conocer un establecimiento religioso alberga una riqueza no sólo monumental o arquitectónica -caso de nuestra catedral-, sino los magníficos retablos de su interior y donde en algunos casos hay improntas de la imaginería de artistas ourensanos reconocidos. Lo mismo que sucede con los pasos de la procesión del Santo Entierro. O la asistencia a un concierto de música sacra.

Procesiones como la del Viacrucis, Domingo de Ramos, la Soledad y obviamente la del Santo Entierro, están profundamente instaladas en la sociedad, y lo mismo la ceremonia del Lavatorio de los Pies que preside el obispo en la Catedral. Y qué decir sobre la que cierra la programación, el Domingo de Pascua de Resurrección con la procesión con la imagen de Santa María Madre a la Catedral y que se conoce como la procesión del Encuentro, aunque por eso de acudir a su origen, se puede bautizar como la del “Desencuentro” o del “Desplante”, porque el Cabildo catedralicio rompía la relación con la Corporación Municipal y ésta no podía acceder por la escalinata al templo de Santa María Nai a donde se llevaba la imagen de la Virgen concluida la procesión y se despedía a los pies de la misma ante el saludo del prelado. Una tradición que se ha convertido en un uso o vigencia social y que se renueva cada año.

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