Opinión

Un botellón pernicioso

Ourense acogió la reunión del foro de expertos que la Consellería de Sanidade organizó  para buscar soluciones al problema del botellón. Entre otras cuestiones, se trató el tema de la necesidad de mejorar en las herramientas educativas, tanto institucionales como desde el ámbito familiar, para lo cual es preciso hacer un llamamiento a los padres para que se conciencien en esta problemática  y ejerzan su responsabilidad de velar por la seguridad de sus hijos.
A este respecto, hubo total coincidencia en cuanto a que la solución a este problema social exige la implicación de todos los involucrados, obviamente desde los progenitores hasta los representantes institucionales. Porque además, el problema del botellón tiene un cariz más grave que el social,  es el que afecta a la salud, dado que la ingesta indiscriminada de alcohol como un hábito del tiempo de ocio, suele derivar en negativas consecuencias, sobre todo si además se usa el vehículo para los desplazamientos.

Por otro lado, en ese mismo Foro se abordó la necesidad de desvincular la idea de diversión y socialización con el consumo de alcohol con una oferta más atractiva de ocio alternativo y  por supuesto, asumir el botellón como “un problema social y de salud más que como algo que genera molestias por ruidos nocturnos o suciedad”. Un problema que cuando es cotidiano, se convierte en una lacra. Porque cuando los medios hablan de botellón, enseguida se asocia precisamente con eso, con molestias para los demás ciudadanos, por el alboroto que se forma y por la suciedad que se genera en aquellos puntos donde se localiza. 

Y todo porque el joven no se comporta según unas elementales pautas cívicas, dado que da rienda suelta a sus instintos tribales y no respeta el entorno, como muchas veces se ha denunciado, pero detrás de este escenario social, subyace la incidencia personal sobre quienes consumen alcohol de forma arbitraria. Y aquí es donde la familia tiene un papel primordial, pues los padres y tutores tienen que inculcar a los hijos que hay formas sanas de divertirse e invertir el tiempo de ocio, pero jamás abusando de aquello que le perjudica a la salud y que a veces incluso tiene graves consecuencias.

Al margen de la preocupación paternal hacia la conducta irresponsable de los vástagos, la sociedad tampoco puede mirar hacia otro lado y deben implementarse medidas correctoras que al menos intenten minimizar el impacto negativo, porque esta costumbre cada vez se hace hábito pernicioso a temprana edad, pues la media de inicio se fija a los 16 años.

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