Opinión

Gesticulando en las tinieblas

Fue un tiempo de mentira, de infamia. A España toda, la malherida España, de carnaval vestida, nos la pusieron pobre, escuálida y beoda, para que no acertara la mano con la herida. Fue ayer; éramos casi adolescentes; era con tiempo malo, encinta de lúgubres presagios, cuando montar quisimos en pelo una quimera, mientras la mar dormía ahíta de naufragios”.

 Antonio Machado, al igual que aquella pléyade noventayochista de poetas, sentía en carne propia el dolor agudo de España tras el desastre en las colonias de ultramar. Hoy ni siquiera hay poetas. Solo hay politólogos de tres al cuarto, opinadores a sueldo, y rebuznadores del tuit y de la anécdota. 

 Y los políticos –no hay estadistas- son la misma escoria de entonces. No valen ni para quemar en las calderas de los buques, que ya no van a carbón sino a petróleo. Y la nueva casta de indignados, giraldillas veleidosas, constantes solo en el cambio (hacia peor), por más que lo sean, no valdrían ni para hacer de veletas. 

 Hoy, desorientados, los ciudadanos ya empezamos a ver España no como una afirmación o una negación -un “sí” o un “no” no resuelven la contienda- , sino como un problema de solución complicada. Los políticos, en cambio, solo ven papeletas en esta papeleta. Solo piensan en el número de votos que pueden obtener tras la trifulca. No se buscan unos a otros, sino que cada cual busca su público, su peña, su hinchada de fanáticos. La patria que buscan no es una patria de hermandad, sino de triunfo, de aniquilamiento del oponente. Aunque sean legales, los próximos comicios serán de hostilidad y malquerencia.

 “Por mucho que un hombre valga, nunca tendrá valor más alto que el de ser hombre”, también dejó escrito el poeta que descansa bajo el polvo de otra tierra. Pero cuéntaselo a esta sarta de energúmenos, que más parecen bestias, tratando de pugnar por un pedazo de país, de arrebañar algo más del presupuesto, o de mangonear unas cuantas transferencias, y de defender una lengua que no les hace falta siendo como son animales de manada, gruñido gutural y cacerola. Cuéntaselo a los profesionales de la corrupción, que ven en la cosa pública la “cosa nostra”, incapaces de regenerarse porque les siguen votando aunque su podredumbre atufe el país y desborde los juzgados. Cuéntaselo a los ególatras de siempre, meapilas con cuota propia en el Gobierno, que van con dios y con el diablo en aras del interés de cada diócesis, orden religiosa o monasterio. 

 España ya es un país aturdido. Un paso más por esta senda tenebrosa y pronto volverá a gesticular desconcertada en medio de las tinieblas.

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