Opinión

Lunes con jóvenes alumnos

Ni "Los lunes al sol” ni tampoco “Martes con mi viejo profesor”; tendría que mezclar los títulos de ambas películas para expresar mi experiencia de la semana pasada: “lunes con jóvenes alumnos”.

 Me levanté a las 7 ante meridiem -que yo no digo que el amanecer no sea hermoso, pero ya podían ponerlo un poco más tarde-, conduje bajo la niebla del anticiclón de las Azores, y cuando llegué a la ciudad de las Burgas los grajos volaban bajo tierra. Carajo (del), no bastaría para definir aquel biruji. 

 Me habían invitado a impartir una “conferencia-coloquio” en la Facultad de Ciencias Empresariales y Turismo de la Universidad de Vigo (Campus de Ourense); sabía que de coloquio nada, que habría un silencio estrepitoso; pero me consolaba el hecho de pensar que también habría una ausencia sepulcral porque no asistiría ni dios. El calor me sorprendió al entrar en el aula magna. Estaba a rebosar. 

 Cuando iba de camino (yo vivo en Vigo) iba pensando sobre qué aspectos más sugestivos disertar para no aburrir a los asientos. La conferencia versaba sobre “Manual de Operaciones en el ámbito aeronáutico”; pero cuando observé a aquellos jóvenes que frisaban las veinte abrileñas primaveras comprendí que, fuera de responder que “a” y “c” son verdaderas o “todas son falsas” en los test, no sabrían de la misa ni el introito. Así que les hablé de la historia de la aviación, aplicada a mis vivencias aéreo bárbaras. 

 Ni el Quijote cabe en un twitter (trino, en inglés), ni los amigos de Facebook son incondicionales, ni los fotógrafos de Instagram son virtuosos, ni los besos de WhatsApp saben a poco: ésta es la vida –el sucedáneo de vida- que les ha tocado vivir a nuestros jóvenes. Por eso cuando les hablé de que había invitado a volar a Ramón Sampedro, aquel tetrapléjico con cuya historia Amenábar ganaría luego un Óscar; y que había filmado las imágenes aéreas de “Mar Adentro”; y que había llevado -y rescatado- vacas al gancho con un helicóptero en los Picos de Europa, se quedaban extasiados. 

 Entonces les confesé que también había volado sobre la selva amazónica venezolana; aterrizado en la Gran Sabana, sobre los pétreos tepuyes; pernoctado en el Parque Canaima, al pie del Salto Ángel, e intercambiado con los indios “pemones” cerveza y películas porno por oro y diamantes. Los universitarios dejaban escapar una risita pícara. (Es cierto, rayaba el alba y aquellos indígenas ya estaban apostados frente a mi aeronave para brindar con alcohol y ponerse cachondos con el visionado de las XXX. Entonces yo tenía 27 años.)

 Puede que estemos ante la “generación mejor preparada” de la historia, pero tal vez también ante la más anodina y virtual; puede que esta juventud, que vive en la era cibernética, habite en la prehistoria en cuanto a vivencias reales. Y es una lástima. Porque si bien las pasiones son los viajes del alma, la vida es la única pasión que debe ser experimentada en primera persona. 

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