Opinión

Españolitos de otoño

En aquella época, ETA asesinaba por la espalda. Y por la cara. Y el otoño (del patriarca) parecía impregnarlo todo cuando, a principios de los ochenta, retorné de Sudamérica. Nada más llegar, al vista de aduanas, por hacer la suya gorda, ya le tuve que aflojar cinco mil duros… Mi hermano estuvo a un tris de llamarme hijo de puta, pero me llamó Pedro Navajas al saber que, camuflado en los baúles, traía un “Smith & Wesson Special”. Se lo expliqué: Caracas era una morgue a cielo abierto, y aquel revólver me había librado de todo mal, incluyendo tres atracos. Así que, como a un “fiel compañero” me lo traje; además este chucho no soltaba pelo en el sofá, no enseñaba los dientes, no abominaba de los pobres –muy típico en general de los pelotas-, ni molestaba a los vecinos. Solo disuadía hijos de puta... ¡Y ETA, eh, que me dices de ETA!...

Mucho me costaba entender aquella España. Por todas partes veía escrito “gora ETA” o “ETA mátalos”, y tal parece que a nadie le importara. ¡Españolitos de otoño, me cansé de maldecir los primeros meses, ni son españoles ni son un coño! Notarios, banqueros, funcionarios, que en mi primera juventud reputaba probos -incluso los amigos de la infancia y los colegas aviadores-, se me antojaban, al trato, un mohoso y autumnal atajo de mediocres. Jactanciosos en el verbo; expertos en “estudio estadio”; indolentes en el porte…, ¡ay las manos!, las manos que tanto simbolizan: garra, tacto, caricia, imposición, ellos siempre en los bolsillos, o si no, tocándose los huevos (literal), o acariciando el cubata, o el cigarro… Pronto me metamorfoseé en aquella fauna. Pasaba los días hablando paja, bebiendo mierda (de garrafón), sobándome la seta e intoxicándome con “full rich tobacco flavor” de batea... Yo, que nunca había tenido vicios secos. ¡De ETA ni una palabra!

Cuando el 14 de julio de 1986 salí de la ducha con la toalla a la cintura y un poso de cal viva en el estómago, mi madre ya lloraba la noticia: una furgoneta bomba, atiborrada de odio, había provocado la masacre de un montón de guardias civiles en Madrid… Apuré el almax y la jarra de agua con limón que mi madre me tenía preparada y aún recuerdo, ¡por fin!, cómo un disparo sin silenciador aquella queja: “¡Ay Franco, Franco, qué poco duró ese hombre!”. Ella sabía echar cuentas: 70 jóvenes recién salidos de la academia, padres, madres, esposas, novias, hermanos, amigos… ¡medio millar de vidas arruinadas!

Han pasado casi treinta años. Vuelve puntual el vino nuevo, el magosto y el otoño. Y yo vuelvo a las andadas. Ayer me pasé tres pueblos y la farmacia de guardia; pero recalé en la bodega. Hoy la jarra, del tirón; la cal viva y el arrepentimiento: “¡Mañanita de San Juan, / cuando la zorra madruga; / el que con vino se acuesta, / con agua se desayuna”. Y los periódicos: tarjetas B, sobres ídem, Bárcenas, Blesa, Rato, Pujol , falsos ERE, promesas que lo son más, independencias, Mas, Mato, Oriol, incluso Évoles y ébolas… Sí, sí,… que sí, ¡¡Pero ya no mata ETA!!

España es un gran país. Franco que se quede en el infierno. Echemos a estos mangantes. Cuidado con los mesías que ahora llegan… Lo demás son paparruchas: en sus buenos tiempos, si se los fueran pasando uno por uno, mi madre lo arreglaba en un pispás. Con un “vergallo de vimbio”, era capaz de transformar en un monstruo de la oratoria a un sordomudo sin lengua. Cuanto más de devolver la memoria (y ellos a nosotros el dinero) a estos, otoñales y descastados caballeretes… Sobran solo los padres de la Patria y unos cuantos “patriotas” trasnochados. Yo ya ahogué en la ría de Vigo mi Excálibur... España seguirá oliendo a ajo. Y a “romero”.

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