Opinión

Imagínate...

Imagínate que vives en Costa de Marfil. Que tienes una esperanza de vida de 49 años, que respiras frustración, te vistes de casualidad y te alimentas de miseria. Que eres profesor de francés, que tienes familia, hambre y un teléfono. Que entras en Google y te enteras de que al norte, donde emigran las aves, hay un país que además del “caloret faller” y corruptos por un tubo, tiene la “cultura” de quemar cada año en la vía pública millones de euros… Y que esos pirómanos le llaman “monumentos” a monigotes de cartón piedra, y “plantar” a colocar sus disparates en las calles, y “nit de la cremá” a un aquelarre de humos tóxicos. Y que además lo celebran con mascletás y decibelios que suenan, dicen, como conciertos… ¡Joder tío, tú te vienes!

Ahora imagínate que ya has llegado. Que has sobrevivido al mar, a la patera y a las mafias. Que te percatas de que, aunque creías que te sería fácil convencerlos, pues el simple indulto del más enclenque ninot bastaría para que en tu país pudieseis comer tú, tu familia y todos tus amigos todo el año, nadie te regala nada.

Entonces te adaptas, te integras, trabajas, ahorras, consigues la residencia, traes a tu mujer. No tienes antecedentes y te amparan leyes europeas. Ay, pero te falta el pequeño Adou. Hace seis años que lo dejaste abandonado. Tenía apenas dos. Es sangre de tu sangre. No anda bien de salud. Más tarde será muy tarde. Y lo intentas. ¡Claro que lo intentas! Vives en España, país de gran raigambre familiar, de grandes santos y grandes miccionadores de agua bendita, que se pasman con lo de Moisés, rescatado en una cesta de las aguas. País de emigrantes… Ay -otra vez ay-, pero te faltan 41 euros, para llegar a los 1.331 que alguien ha calculado que debes ganar cada mes, para poder reunificar a tu familia. Si se aplicase aquí ese baremo, más de media España tendría que exiliarse. Lo sabe todo cristo. Y tú lo sabes.

Entonces vas, te lo subes en avión -con la pasta que dicen que no tienes, imagínate-, llegas a la frontera del Tarajal. Te informas. Te cuentan. Te garantizan: “Hemos pasado a cientos”. Más mafias. Más pasta. Pero más felicidad: por fin has rescatado a tu hijo, secuestrado que estaba del hambre, del sida, de la parca… Ay -joder con el ay-, pero los escáner no detectan sentimientos y sí a tu hijo en la maleta: “Je m’apelle Adou”. Tú vienes detrás. Entre la chusma. Los nervios en la epidermis, el corazón en la glotis, la lengua en rezos. “¡¿Adou?!”. Oui. Te detienen. Les suplicas. Te enchironan. Les preguntas. “Tráfico de personas”, te contestan. ¡Es mi hijo!, te defiendes. “¡Eso no importa! ¡Es usted un criminal!”. Imagínate…

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