Opinión

"¡Que lle queres!" (Armisticio navideño)

Diciembre. Tiempo de “dios es Cristo” en los hogares. Arden los belenes, las mastercard, las cajas registradoras. Olor a crisis calcinada. Ayer me invitó a cenar una mujer. Pedimos vino, una liturgia que suele poner de acuerdo a las personas. Rememoramos efemérides, hablamos (mal) del gobierno y nos sorprendimos mutuamente con primicias atrasadas; lo pasamos bien. Estaba guapa; en su risa el susurro de mil ríos; la miel toda de O Courel en su mirada. A los postres, para variar, nos dio por enzarzarnos…

"Cincuenta sombras de Grey", ese adoquín que ha incendiado las estanterías (y los chochos) de medio mundo, que pocos (y casi ninguna) han denostado y que a mí me resultó infumable, iba a ser en esta ocasión el detonante. “En vez de 50, le podrían haber puesto 69”, argumenté. "Los hombres siempre en la inopia -me dijo ella-; el 69 es estilo vintage; ahora se lleva el BDSM: bondage, disciplina, dominación, sadismo y masoquismo..."

A mí, insisto, una picadura de cicuta con ricino me hubiese resultado más fumable: un tipo mil millonario; que vuela el "Charlie Tango", su helicóptero privado; que ocupa la suite presidencial de espléndidos hoteles y que no escatima en el flirteo; levanta, ¡cómo no!, a una joven universitaria todavía virgen (y guapa, ya le vale), y en vez de las perdices y el bodorrio de costumbre, la somete a la dieta del cucurucho, la viste con todo el lujo de grilletes, la abreva a latigazos, y la putea sin parar. Fin de la cita.

… ¿Y ésa es la historia que más os seduce y apasiona a las del género bravo?, me burlé. ¿Dónde queda el tan cacareado feminismo?, ¿dónde tanta reivindicación, tanta asociación contra los malos tratos, tanta ley de igualdad, tanta discriminación positiva y tanta polla? Ella se revolvió con un escorzo de pantera: “¡Qué insinúas!”; en su voz toda la aspereza de un felino, en sus ojos todo el amargor (amarillo) de las xestas. A los hombres nos excita la conquista, no la lucha; a las mujeres os pirra el conflicto, iba a decir. Pero dije: “Lo siento mucho”; y la cagué como el emérito botsuano. "¡Machista!", me arañó a voz en grito. Hubiese sido preferible que me llamase pederasta: estábamos en un restaurante de diseño; alrededor ya me criminalizaban can y pija. Humillado pedí la cuenta, humillado pagué y, a puro macho, humillado dejé el saldo de la “Amex”: como no me habían puesto casi de comer supuse que iba incluida la vajilla.

Ya en la calle -los aullidos de dos hermanos que guardan silencio son aterradores-, quise ganarme de nuevo su sonrisa: Sabeliña, le dije (en los diminutivos aún sigo siendo el puto amo), éste es el punto de no retorno que decimos los aviadores; no os podéis volver atrás; es el "turning point", maticé, de los filósofos, que hace que todo cambie, evolucione o se extinga. La catarsis de Aristóteles. Se acabó el macho alfa. No cometáis los mismos errores que cometimos los del género bobo…

Hacía frío. Cada cual se arrebujaba en su soberbia. Aun así la acompañé hasta su casa. Las calles se perdían en la noche. Un ex hombre, en su jaco, se acercó mientras abríamos la puerta: “¡Dame algo!”, me empujó… Miré sus manos: blandían el arma disuasoria del espasmo. Envueltos en un cordial ¡felices fiestas!, le tendí a aquel infeliz unas monedas.... "Ahí lo tienes -me dijo mi hermana-, el ser humano: la única especie capaz de ayudar a sus congéneres; de permitir que la supervivencia de los más aptos se trastoque en pervivencia de los imbéciles; de continuar siglo tras siglo con las mismas taras e incongruencias a que nos obliga la ética del intelecto; es el destino moral del género pensante: en una mano el premio y el progreso; en la otra la penitencia”… Yo la miré extasiado. “Que lle queres!”, me dijo ella sonriendo... Saltaron besos, lágrimas y abrazos… Que lle queres!, pensé, al fin y al cabo somos esquirlas del mismo palo…

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