Opinión

Manipuladores de bombas

Me lo contó mi padre, que fue guardia civil y sabía descojonarse de sí mismo. En aquella época la benemérita llevaba mostacho, leía igual -de mal- del revés que del derecho y para no correr el riesgo de escribir arcén con hache hacían constar cuneta en los atestados, así tuviesen que recolocar los restos del occiso. Ya no se escondían los maquis en los montes sino en los entretechos, y los gitanos se guarecían en los hornos de los pueblos, y se llamaban Melquíades como el de García Márquez, o Heredias o Camborios como los de García Lorca, y robaban con mucho arte, como mienten los bereberes. Eso sí, recibían hostias como panes… “¿Qué llevas ahí?”. Y el gitano: “Agua, mi sargento”. Y el guardia civil: “Te lo voy a volver a preguntar porque ando espeso, ¿qué llevas en ese saco?”. “Agua, mi teniente, por mis muertos”. Y tras una andanada de sopapos, la constatación de los hechos… “¡Esto es una bomba de agua! ¿por qué coño no nos dijiste la verdad?”. “¡Ay payos, porque si llego a dicir primero 'bomba' ya no me subieseis dejao piar na más!”

Hablando de bombas. ¿Las hay más peligrosas que las de las estaciones de servicio? Llegas a una Repsol, accionas el boquerel de los octanos (hay quien le llama pistola), te distraes maldiciendo el descaro con el que nos tangan, derramas unos cuantos litros por el suelo, entre los coches, los surtidores, la bombonas de butano, etc. y, a poco que te tires un pedo, montas el Apocalipsis. Somos un caso: cursos de higiene y seguridad en el trabajo para vender lencería, de manipulador de alimentos para abrir una lata de sardinas, de mercancías peligrosas para transportar una botella de albariño, y luego resulta que te permiten (y te obligan) manipular a tus anchas auténticos arsenales explosivos. Sí, que no enciendas las luces, que apagues el motor, que desconectes el teléfono… Chorradas. ¿Y el coche que se aproxima caliente –y obsceno- por detrás mientras tú estás repostando? ¿Y sus luces? ¿Y los GPS?, que yo sepa no tienen modo santabárbara. ¿Y los audífonos de los abueletes? ¿Y el Nintendo de los chavales? ¿Y el radar clandestino de los picoletos?... En fin, hertzios, voltios y microondas como para provocar un Big Bang.

Las estaciones de servicio deberían estar “todas” atendidas por profesionales avezados, que sepan lo que hacen, que conozcan los riesgos, la forma de evitarlos y el modo de combatirlos. No por amateurs que a duras penas sabemos distinguir entre los vapores explosivos del combustible y los eructos de un gazpacho… Y si no, que nos compensen, o recompensen: como operarios de gasolinera, como cobradores, como aparcacoches, como expertos en seguridad, como vigilantes y como bomberos, que todo ello nos exigen y nos dan por sabido cuando entramos en una de esas bombas fiduciarias o franquiciadas o como coño se diga. Y que nos formen. Y nos reciclen al menos una vez al año. Ah, y además, que contraten personal específico para atender los tenderetes aledaños, que igual nos venden anticongelante que agua oxigenada, que una barra de pan, que los productos típicos de la zona, ya sean conejo o almeja (en que estaré yo pensando), con las mismas uñas con que pasan la Visa y la tarjeta de los puntos. ¡Mira tú por dónde se crearían aquí unos cuantos miles de puestos de trabajo! Ojo, y lo hago extensivo a toda Europa: que mucha norma, mucha Merkel, mucho BCE y mucha polla y después manda BP, TOTAL, CEPSA, o la Shell. ¡Manda carallo!

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