Opinión

Mayday, mayday, mayday

Día de mayo, día de mayo, día de mayo, así traducían el desesperado MAYDAY, MAYDAY, MAYDAY de un piloto de combate en una película de guerra. Esos disparates ocurren a veces en el cine. Como el que, en una película de vaqueros, se vea en el horizonte la estela de un reactor. MAYDAY es una llamada internacional de socorro. Significa peligro inminente. Se repite 3 veces: mayday, mayday, mayday, y cuando una embarcación o una aeronave la trasmite por radio, casi siempre suena a despedida. En mi vida aeronáutica la he escuchado una única vez. Un pequeño Cessna-206 se había quedado sin combustible sobre el mar Caribe y el piloto la tañía sin cesar, con el atormentado desdén de una campana anunciando sus exequias. 


 “Cuando el motor de un avión monomotor se rompe, falta muy poco para que se rompa toda la aeronave”, me decía mi primer instructor de vuelo. No por ello desistió de enseñarme a planear con el motor apagado y practicar aterrizajes fuera de campo. Hoy, con más de diez mil horas de vuelo en mi logbook, daría por excelente una toma entre naranjos que me permitiese contarlo. Cuando un motor de un avión bimotor se para –es el caso de muchos pilotos privados que vuelan “multi engine”- el otro motor sirve para llevar la aeronave hasta el lugar del accidente. Así de claro. 


 La aviación ligera suele utilizar nombres de tribus indias para nombrar sus aeroplanos: Cheyenne, Navajo, Comanche, Azteca, Tomahawk. Y los pilotos más pijos, sobre todo los Iberias, Air Europas y Vuelings, suelen comentar en cabina que están entrando en territorio salvaje cuando se aproximan a algún aeropuerto en donde deben compartir con la aviación deportiva el espacio aéreo.


 Esta semana Encarnación Molina nos ha dado una lección de sangre fría y heroísmo a tirios y a troyanos. Hizo mucho más de lo que incluso un profesional del aire hubiera hecho en caso de incapacitación de la tripulación de una aeronave para la que no poseyese experiencia previa. Yo, desde luego, si tuviese que aterrizar un ultraligero, seguro que me haría la picha un lío. Kika, con su marido muerto al lado de un infarto, sin haber volado nunca sola, sin saber siquiera donde estaba, solicitó primero ayuda por el móvil, luego lanzó por la frecuencia un MAYDAY en toda regla, se mantuvo casi dos horas en el aire y cuando ya estaba a punto de aterrizar en el aeropuerto de Sevilla, al pretender girar por ir demasiado alto, se desorientó y terminó en un campo de naranjos. A salvo. Manda ovarios. Eso sí, hay veces que la vida te besa en la boca.

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