Opinión

¡Me lo pido!

Todo lo que escribieron los poetas, todo lo que pensaron los filósofos, todo lo que discurrieron los científicos, todo lo que diseñaron los arquitectos, todas las lenguas que se hablan en el mundo, todas las fórmulas que se aplican, todo lo que existió y todo lo que existe: Google, la Nasa, la capilla Sixtina, o las pirámides; todos los que han dado su vida por una causa, todos los museos, todos los palacios, todas las basílicas, todas las pinacotecas, todos los Pasteur, los Darwin, o los Confucio… Todos y todas los que hoy vivimos, como jamás antes nadie en toda la historia del planeta, nos aprovechamos de la impronta que han dejado otros que ya nos precedieron.

La vida se sustenta sobre la muerte. Nadie se escapa a su guadaña. Ni se salva: ¡ah de los cielos!, ¡mandad una señal!... Nada. Solo silencio. Lo único cierto es la parca. La parca, ninfómana y maníaca, que nos va metiendo la lengua en la boca según pasa, o nos besa con el ósculo de Judas, o como besa la mafia, ¿qué más da?, el caso es que te elige y, como el sauce becqueriano que inclinándose a su peso, al río que le besa vuelve un beso, de nada vale cuando la parca te elige resistirse. ¡Ay, pero el cáncer!

El cáncer, ay, es como uno de esos rufianes malvados, o una de esas celestinas sin escrúpulos que, por encargo, tal parece que le conchabaran amantes a la parca. Te abordan donde te encuentres, a despecho de quien seas: mayor o joven, hembra o macho, hermosa o fea, con modales casi siempre muy discretos. Ya en la calle, ya en tu casa, ya en el trabajo: de pronto te palpas un bulto, te ves sangre en un lunar o en las heces, te da un mareo; y ahí están, te besen o no, con su catálogo maldito: colon, mama, pulmón, cerebro, páncreas, y te hablan con ese deje engolado de túneles y TACS: ‘coja aire, respire, coja aire’, que resuena como un eco de ultratumba…

El pasado 4 de febrero fue el día mundial contra el cáncer. Grotesco anacronismo para quienes lo combatimos los 365 días del año. El cáncer es una plaga. Nadie está a salvo a su malignidad: una de cada tres personas serán diagnosticadas de cáncer a lo largo de su vida. Nadie se libra: Steve Jobs, Concha Velasco, David Bowie, José Manuel Lara o Luz Casal, por más recursos que tengan. Unos lo cuentan, otros no, esa es la diferencia. Pero, aun así, hay que enfrentarse al destino, ser positivo, no arredrarse, y sacar pecho (aunque sea cercenado) y, si se cae el pelo, hay que levantar la cabeza. Hoy, la ciencia, ¡otra vez, ay, el legado de los otros!, nos permite darle a esos alcahuetes de mierda el esquinazo. El 60% de los cánceres son curables.

‘Te morirás con eso, pero no de eso’, me pronosticaba el otro día un conocido: ¡ojalá sea pitoniso! Pero si no lo es, si se equivoca, prometo hacerle frente hasta el final; no sucumbir a la tristeza, a la desesperación, al inexorable deterioro que no engaña, a la radio, a la quimio, a las noches sin dormir. Y si tenía que tocarle a alguien de mi familia, y siendo a mí, ahuyento de su alrededor las estadísticas, ni un solo segundo sin dudarlo: ¡una y mil veces me lo pido! Me lo pido con el mismo afán con que los niños piden en la Navidad los juguetes a la tele; es más, le hago la venia, como el sauce que se humilla y a su paso besa al río; y lo recibo, claro que lo recibo, como el mar que al río ahoga a su llegada… Y, si no, qué demonios, aquí me encontrará, con la estoicidad del arenal que aguarda los despojos de un naufragio.

Bienvenido cáncer. Pero, por lo que más quieras, respétame a los míos.

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