Opinión

¡Pobres padres!

Dios, no me los puedo quitar de la cabeza! No a los fallecidos, que por mucha alharaca que se monte, por mucho que se escriba, se maldiga o se especule, ese mismo día murieron decenas de miles de personas. En menos de cien años, lo habremos hecho 7 mil millones. Echen cuentas. Ya sé que no todos los muertos tienen la misma trascendencia -decir la misma suerte, además de insoente, resultaría tenebroso pero es obvio que nadie se muere de víspera.

Que muera un chinito en china, un negrito en África, o tres mil palestinos en Cisjordania, al final nos importa tres cojones. Haya sido como resultado de aplicar la pena de muerte, a causa del ébola, o por los disparos selectivos de drones inteligentes... ¡Qué oxímoron tan terrible, madre mía! Es más, que muera un paisano en Galicia, aunque sea arrojándose de un balcón, o aplastado por un John Deere nos la trae floja. Busquen, para que se acojonen, las estadísticas anuales de ambos tipos de decesos. Entérense de cuántos de nuestros marineros se han ido al fondo en los últimos diez años, en medio de un pandemónium de redes, aspavientos y chillidos angustiosos, y sin embargo no habrán llenado dos telediarios. Nacemos para morir, igual que engordan los cerdos. Y estando sin descomponer aun la piltrafa de los que viajaban en ese A-320 que Andreas Lubitz estrelló en los Alpes puede que suene asqueroso: ellos han cumplido ya el trámite. ¿Sabe alguien cómo va a ser el suyo, en qué lugar, de qué (mala) manera? ¡Ay, pero y los padres! Por lo de pronto tienen que seguir llorando en esta mierda de valle.

Y me pregunto: ¿Llorarán a Andreas? ¿Se arrepentirán de haberlo traído al mundo? ¿Se culparán por no haberlo castigado lo suficiente? ¿Por haberlo hecho en demasía? ¿Guardarán sus fotografías? ¿De bebé? ¿De cuándo hizo la primera comunión? ¿De adolescente? ¿Conservarán sus primeros dibujos? ¿Sus calificaciones escolares? ¿Sus acreditaciones aeronáuticas? ¿Las quemarán? ¿Recordarán su primer vuelo solo? ¿Lo bien que le sentaba el uniforme? ¿Su orgullo paterno el día que los llevó en cabina? ¿Recortarán las noticias del accidente? ¿Lo mencionarán en sus encuentros familiares? ¿En sus reuniones con los amigos? ¿Volverán a tener amigos? ¿Serán reconocidos por la calle? ¿Señalados? ¿Cambiarán de acera? ¿De ciudad? ¿De país? ¿Tendrán cargos de conciencia? ¿Dormirán esta noche? ¿Mañana? ¿Esta semana santa? ¿El resto de su vida?... ¡Ay los padres, dios! ¡Pobres padres...! 

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