Opinión

Porque quisiera ser tú

Porque sembraste mi senda de miguitas de cariño. Porque fuiste por delante para que no me perdiera en la vida. Porque dejaste de ser niño para convertirte en mi adalid. Porque fuiste mi compañero, mi camarada, mi guía. Porque siempre fuiste mi joven profesor. Porque nuestra relación infantil nunca se basó en el respeto mutuo: las risas fueron mías y tuyas las fatigas. Porque fuiste un santo Job. Porque estrené tus juguetes. Porque rompí mis promesas. Porque aireé tus secretos. Porque colmé tu paciencia y aun así no te importó. Porque siempre hizo esquina tu existencia con la mía: tu infancia con mis caprichos, tu juventud con mis locuras, tu cerebro con mi suerte, tu sensatez con mis vísceras. Porque siempre fui el destinatario de tus éxitos.

Porque siempre hiciste tuyas mis penurias. Porque siempre me antojé de tu buen gusto. Porque tuyo fue el jersey aquel tan chulo, tuyo mi primer long play y mi reloj más coqueto. Porque fuiste siempre Abel, el primogénito. Porque jamás fuiste envidioso ni cainita. Porque fuiste mi guardián. Porque fuiste tú Jacob, el comedido, y yo comí las lentejas. Porque nunca fuiste un hijo pródigo. Porque cuando, de pequeños, otros querían ser cowboys, o bomberos, o astronautas, yo solo quería ser mayor, para ser igual que tú. Y poder usar corbata. Y afeitarme. Y ser miope, porque tú llevabas gafas. Porque ahora, que lo cuento –solo cuando se convierten en recuerdos se valoran las vivencias-, cuando muchos desearían tener un hermano igual a ti, yo solo quisiera ser tú, para que tú tuvieras un hermano igual que el mío. Y seguir un tiempo más, para poder corresponderte en igual medida.

Porque cuando estuve enfermo, a pesar de tus asuntos, de tus nietos recientes, del tráfico, o de la lluvia, no te apartaste de mi lecho. Porque cuando, el otro día, que me iban a hacer nuevos chequeos, te pedí que rezaras por mí, se me subió el corazón a las amígdalas: ‘Rezo un rosario cada noche –me dijiste- y a veces rezo dos, voy un año por delante, así que estate tranquilo’. Porque llevamos la misma sangre. Porque te llamas José y Antonio, dos grandes santos en uno. Y porque donde existe un gran amor siempre hay milagros. 
Por quererme tanto, gracias. Aunque en esto no me ganas. Tenlo claro. 

Te puede interesar