Opinión

Avanza el sectarismo

A mi me gustaría que Pedro Sánchez dejara de ser presidente de Gobierno, pero no que lo asesine un francotirador. Y, sin embargo, en un momento en el que no debería haber discrepancias en el rechazo al magnicidio, por ese lodazal cada vez más pútrido que son las redes sociales, me han dicho que hay miserables morales que lamentan que no haya cumplido su propósito el francotirador gilipollas. Digo gilipollas, porque hay que serlo de manera clara y profunda para recabar por Internet ayuda para sus propósitos. Vamos, algo así como si el pistolero Otegi hubiera puesto anuncios en la prensa para secuestrar a Javier Rupérez, cosa que hizo con la ayuda de una etarra francesa y sin publicidad previa.

El sectarismo avanza de una manera evidente, y el odio se apodera de la razón, la sofoca, y convierte a algunas personas en monstruos. Porque son monstruos esos infames que deseaban la muerte del presidente del Gobierno. Pero es que hace poco, en un coloquio, me referí con inocencia al atentado que sufrió José María Aznar, y una señora me vino a decir que los 40 kilos de amonal y los 40 kilos de tornillos, que destrozaron el automóvil blindado, habían sido una operación de propaganda. Hay que ser sectaria y esclava del odio para llegar a semejante conclusión. Hay que ser mala persona para desear que alguien asesine a Pedro Sánchez.

El sectarismo de las palabras y de las acciones de los políticos, su desprecio a la verdad, sus falsedades repetidas, amenizadas por el populismo demagógico, alientan una situación social cada vez más tensa y complicada. Y cuando un tonto iracundo muestra su aversión en Internet no hace sino reflejar la listeza de un ministro de Interior que pretende que los homenajes a la Guardia Civil los hagamos dentro de las casas-cuartel para no provocar a los profesionales del sectarismo. Creen que así ganarán votantes, pero están llevando a la sociedad al enfrentamiento. Porque el sectarismo ha tomado velocidad.

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