Opinión

Cacería de Sánchez y bautizo de Valls

España es una cacería mediática despiadada contra Pedro Sanchez y sus ministros. El cinegético espectáculo debe ser bien medido por PP y Ciudadanos -y los medios implicados en la batida- porque la opinión pública, aunque a ratos se divierta con el martirio, puede decretar inesperadamente que ya es demasiado y volverse contra los acosadores. Una buena parte de la  derecha considera que el poder le corresponde por naturaleza y no soporta que la izquierda lo ocupe por más legal que sea el relevo; tanto la derecha española como la nacionalista. Recuerden a la señora Marta Ferrusola, esposa de Jordi Pujol, clamar, ante la llegada del gobierno tripartito a la Generalitat, porque “han ocupado nuestra casa”, como si fueran los dueños de las instituciones. En la redes sociales ya crecen los chistes de este orden: “Descubierto que un ministro actual participó en un viaje de fin de curso en el que de la caja común desaparecieron doscientas pesetas (menos de un euro y medio)”. Atentos al pitorreo.

Estimula la persecución desde la cárcel un policía corrupto, Villarejo, que dirigía una mafia en el corazón del Estado sin que nadie la controlara: uso ilegal de medios, abuso de recursos policiales y datos custodiados para extorsionar. “No marcará eso la agenda del Gobierno”, ha advertido  Sanchez desde Naciones Unidas en un viaje que irrita a la derecha porque lo proyecta internacionalmente. Desde allí ha lanzado un mensaje a los nacionalistas catalanes: “Convocaré elecciones si no hay Presupuestos”. Pero el independentismo está partido y repartido. De un lado, Esquerra Republicana con Oriol Junqueras, que encabezará la lista europea, o al menos llevará ese debate a Europa; de otro, el desconcertado PDCAT con unos queriendo refundar la Convergencia tradicional y otros a las órdenes de Puigdemont que no logra arrancar su partido.

Entretanto pasó por Barcelona la esperanzadora marea del Eje Mediterráneo: un impulso de desarrollo desde Algeciras a la frontera francesa con autovías y tren de ancho europeo que es una enmienda positiva a la España radial. En la orilla mediterránea se concentra la mitad de la población española y el 45 por ciento del PIB. En la magna reunión del jueves pasado en Barcelona estuvieron los principales líderes empresariales (desde Roig de Mercadona a Oliu del Banco Sabadell), todas las patronales (Garamendi de Cepyme que presidirá la CEOE) y políticos como los presidentes de Valencia y de Murcia. Todos menos Quim Torra y Ada Colau, como si Barcelona no estuviera en el Eje Mediterráneo. Él visitaba esa mañana un instituto de enseñanza media para hablar de su asignatura única, lo identitario; y ella tenía otras ocupaciones en la ciudad, reiterando su tradicional aversión a lo económico que ya acreditó con su rechazo inicial al Mobile Congres.

En medio de esa cacería para enterrar a Sánchez y en la preparación al parto del Eje Mediterráneo, se bautizó esta semana Manuel Valls como aspirante a la alcaldía de su Barcelona natal. Brama el independentismo contra él porque dificulta su proyecto de controlar la capital y así desmentir el argumento de Tabarnia que sostiene que solo la sobrerepresentación de Lleida, Girona y Tarragona permite la victoria secesionista en el Parlament. Llaman “fracasado en Francia” a un inmigrante catalán como Valls que fue alcalde de su ciudad en las afueras de Paris, diputado, ministro y dos años primer ministro. Se hundió su Partido Socialista sí, pero habría que preguntarle a Holande y a otros. Inquieta Valls también a la izquierda podemita que le niega su condición de barcelonés olvidando que Barcelona, con Colau y su marido, la gobierna Pisarello, argentino de Tucumán, sin que nadie se inmute. A la deriva de esta operación quedan el PP catalán, cada vez más residual, y el desnortado PSC, que fue invitado a apoyar la lista de Valls, pero anda a la búsqueda de un candidato que le evite el mal trago de ganarse a pulso la irrelevancia. Menudo curso político cargado de incógnitas nos espera.

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