Opinión

ETA solo dice que se disuelve

La noticia soñada para transmitir por dos generaciones de periodistas por fin llegó: ETA SE ACABÓ. Cualquier informador confesaba que era la noticia que aspiraba a dar, como para cualquier ministro del Interior era el logro ideal a conseguir. Una tesina de periodismo podría escribirse con la riqueza y el ingenio de los titulares elegidos ahora para comunicarla: “ETA se disuelve” ha sido el más compartido. En su día, cuando se anunció el alto el fuego, se tituló con palabras de Antonio Basagoiti: “ETA baja la persiana”, con referencia subliminal al negocio montado. Una cosa es bajar la persiana y otra que cese la actividad. Ahora parece que llegan las dos pero, muy precavido, el Correo de Bilbao titula así: “ETA dice que se disuelve”. Son demasiados años de entierros y de noticias falsas. Pero falta pedir perdón a las víctimas y no solo por los asesinatos “por error”, como se hizo. Y hay que decirles a las familias de las victimas, y a todos los que tanto sufrieron, que no se admitirá pasar pagina como si nada, o poco, hubiera sucedido.

“Franco y Carrero murieron convencidos de que lo de ETA lo arreglaba una pareja de la Guardia Civil” nos confió en su día el legendario teniente general Gutierrez Mellado. La afirmación prueba que Carrero subestimó a aquel grupo y que Franco no creyó que a Carrero lo matara ETA, o solo ETA. Escoltas supervivientes de Carrero nos contaron cómo despreciaba el peligro. La misma rutina diaria, armas de inferior potencia a las que manejaban los comandos y cero información antiterrorista. Solo se ocupaban de estudiantes, comunistas y obreros. Cierto es que aquel atentado generó tanta admiración entre una parte de la oposición que tardó décadas en aplacarse, a pesar de que ETA mató sin piedad mucho más en democracia que en la dictadura. Hablar en un telediario de “la organización terrorista ETA” generaba un conflicto en cualquier redacción porque se estilaba lo de la “organización armada ETA” que venía a suavizar lo que siempre fue el terrorismo: publicidad con sangre. Hay un mundo entre esos dos adjetivos - “terrorista” o “armada”-  que costó muchos entierros y desengaños de los convencidos hasta que la devastadora palabra recuperó el dramatismo de su significado.

ETA se disolvía esta semana mientras un legendario periodista vasco, José María Iñigo, se iba. Alcanzó a ver ese titular también soñado por él, que conocía especialmente bien a algunos colegas que debieron exiliarse a Madrid huyendo de extorsiones y amenazas de atentados que en algún caso llegaron a materializarse. Militares, policías, empresarios, periodistas y políticos de todos los partidos constitucionalistas fueron las victimas seleccionadas. A ser posible los más dialogantes para así mejor entorpecer cualquier salida. El análisis de quienes fueron las victimas de ETA en el Ejército advierte que se atentó más contra los más abiertos que contra los intransigentes. La sombra de un “cruce de fichas” llegó a ser investigado periodísticamente. Indicios había.

Desde el recuerdo y el homenaje a todas las victimas permítasenos una referencia a dos de ellas, una de cada bando. Fue el ministro de Interior de Suárez, Rodolfo Martin Villa, en los primeros años de la transición, el que intentó un diálogo para alcanzar el fin de aquella locura. Se lo encargó al director de la Hoja del Lunes de Bilbao, José María Portell, quien cruzó la frontera y se reunió con un Joseba Etxabe, ex etarra que regentaba un restaurante. Duró poco la conversación. A los pocos días ETA mató a Portell en la puerta de su casa y lo que debía ser el preGAL, o algo similar, atentó contra el matrimonio Etxabe cuando en San Juan de Luz. El quedó malherido y ella falleció. De nuevo cobra verdad la afirmación de Perez Rubalcaba: “en las guerras los primeros que mueren son los negociadores”. Esto ha sido una guerra que duró más que el franquismo;  mató a casi mil personas y arruinó a mucho más que mil familias. Una guerra. No una incidencia menor que algunos quieren minimizar como antesala al olvido.

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