Opinión

Asesinato de terroristas

Hace quince días, cuando la policía abatió a los tres islamistas que mataron atropellando con una furgoneta y a cuchilladas a siete personas en Londres, incluido el héroe español del monopatín, Ignacio Echeverría, la periodista de La Sexta Ana Pastor informó del “asesinato” de los tres terroristas. El uso del término “asesinato” para definir la muerte de terroristas en actos de guerra o de la fuerza pública en defensa de las vidas de otros o de las propias, está imponiéndose en el falso progresismo, periodístico y político. Quizás ella y otros supuestos “progresistas” consideren también “asesinato” la posible muerte del creador y líder del Ejército Islámico, Abu Bakr al Baghdadi, tras un ataque aéreo ruso a finales de mayo y conocido ahora. Pero, cuidado: este anuncio es el sexto que se hace de la muerte del conocido como califa Al-Baghdadi. Con él, según Moscú, habrían muerto 330 terroristas del DAESH, muchos de ellos líderes de la organización reunidos en Raqa, Siria, para estudiar sus próximas acciones sangrientas tras perder gran parte del territorio califal.

“Asesinar” es “matar a alguien con alevosía, ensañamiento o por una recompensa”, según la Academia, y como añade el Código Penal, “para facilitar la comisión de otro delito o para evitar que se descubra”. La idea de que “todas las muertes son malas”, igual que la de que “todas las ideas son aceptables” o la de que “no hay gente mala, sino circunstancias que hacen parecer mala a la gente”, son cánceres que carcomen las defensas morales y éticas de la sociedad. Claro que hay muertes buenas, como la de Al-Baghdadi, causante de decenas de millares de asesinatos por su alevosía, ensañamiento y recompensa, el Paraíso islámico, como buenas fueron las de Ben Laden y otros parecidos.

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