Para advertir que la guerra contra el Califato Islámico es inevitable hay que analizar, primero, el irracional sistema de pensamiento de esos fanáticos religiosos, más que sus conquistas militares y campañas terroristas. Porque el terrorismo del DAESH es consecuencia de un sistema ideológico que, como una secta destructiva, convierte a seres, antes pacíficos, en fanáticas bombas humanas. Para combatir ideológicamente a estos salafistas primero debemos establecer la diferencia entre razón y sentimientos, entre ref lexión y pasión o lo que deriva de ello, entre democracia y religión.
Ninguna de las tres grandes religiones abrahámicas, la judía, la cristiana, y la más tardía, la islámica, es democrática porque obedecen a leyes divinas, no racionales. Pero en el magma de las dos primeras, opuestas a la razón en numerosos momentos de su historia, surgieron la Ilustración y la democracia real, mucho más depurada que su precursora griega.
El islam lleva 1436 años debatiéndose entre su fundación, siglo VII, y la modernidad sin que ningún musulmán haya podido introducir algún raciocinio depurado en las creencias. Porque la primera de ellas es la de la sumisión absoluta a Alá: islam significa sumisión. Y como el texto del Corán es la palabra literal de Alá, los salafistas acuden al terrorismo al obedecer textualmente sus aleyas más violentas.
Hirsi Ali y otros intelectuales musulmanes y exmusulmanes buscan infructuosamente a reformadores, pero hasta ahora ha sido imposible frente a los sentimientos y órdenes que contagia cualquier aleya sanguinaria que justifica toda frustración personal. El islam lleva 1436 años en guerra entre mu- sulmanes moderados y salafistas, y entre salafistas e infieles, noso- tros, los “cruzados”.
Siempre tendrá extremistas y califatos que atraen a millones de fanáticos a los que sólo se vence con guerras y reconquistas. Aun- que siempre resucitan y vuelven.