Opinión

Masterchef españolista

Para los independentistas catalanes o vascos debió resultar insoportable el concurso de televisión MasterChef, que finalizó su quinta temporada presentando a unos españoles de distintas comunidades, incluidas las suyas, que maridaron un conjunto de cocinas propias tan melodioso como el mejor plato de un restaurante tres estrellas Michelin. Esta vez un programa de televisión ratificó, en primer lugar, que hay un idioma común que aunque lo desprecien los independentistas logra por ejemplo que una recia jubilada vasca se vuelva casi madre de una cándida policía nacional sevillana. 

O que una bloguera barcelonesa se enamore de un bello futbolista granadino o que los tres jueces, grandes cocineros, uno de ellos catalán, sepan entretener a toda España, incluso a la gente de las regiones cuyos participantes no habían llegado a la final. El ver un simple concurso de cocina como muestra de la pluralidad no separadora, sino de una fusión culinaria y de caracteres comunes de los españoles, es didáctico a la vista de quienes sólo desean alejar a unos de otros. 
Como el alcalde socialista de Blanes, Gerona, 40.000 habitantes, andaluz de origen y charnego abducido hasta afirmar que Cataluña es como Dinamarca y el resto de España el Magreb.

MasterChef presentó un retrato del país que debería seguir siendo, y más con la vasca Edurne, “ama” más de Elena que de otros concursantes, tradicional en todo y que quedó tercera, o el barcelonés internacionalizado Nathan, que unió lo oriental de su mujer con sabores catalanes para ser segundo. Y súmese ese televisivo amor de los dos guapos del concurso que deben maldecir los independentistas, la bloguera catalana oscuros ojos sureños Miri, quinta, y el futbolista ojos azules ganador, el andaluz Jorge Brazalez: danesa y magrebí, que diría ese alcalde, charnego como Rufián.

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