Opinión

Mausoleo de Franco

Se nos acerca otro festival antifranquista con el anuncio de la próxima exhumación de los restos del frío dictador que, a su muerte en 1975, dejó una España que ya no estaba en el tercer mundo, sino que se acercaba a los países ricos. Su herencia de semilibertad y semitotalitarismo pero con la economía en expansión lo hace especialmente odioso para la izquierda, y más durante las crisis económicas.

Crisis bien aceptadas en los mandatos de Felipe González, entre 1982 y 1996, y cuyo legado fue también una notable prosperidad, además de la reconciliación aparentemente definitiva de los españoles, labor en la que participaron la derecha y el Partido Comunista de España.

Pero ante cualquier crisis política o económica sus herederos del PSOE, Zapatero y Sánchez, convocan a Franco como los espiritistas tratando de romper la concordia establecida para afianzar desde abajo la democracia.

 Zapatero y Sánchez renovaron la guerra civil tras varias generaciones y abroncan al general en discursos y propuestas, como si todavía gobernara dictatorialmente el país.

Lo que aprovechan los separatistas vascos y catalanes, para justificar toda acción, pacífica o no, contra la España multisecular.

Pedro Sánchez quieren montar un espectáculo aplicando la ley de Memoria Histórica zapaterista para el levantamiento y traslado del cadáver desde el Valle de los Caídos –donde está por voluntad de Juan Carlos I, no suya—hasta la capilla/mausoleo familiar construido en 1969 en Mingorrubio, cementerio público en El Pardo.

Atentos: sorprende el crecimiento del número de franquistas jóvenes por todo el país. Aparecen como oposición a izquierdas y nacionalistas que llaman franquista/fascista a quienes no los apoya. En Mingorrubio, trasladado allí el cadáver, tendrán un lugar de culto mucho más accesible que el de la inhóspita, semidesértica e incómoda montaña de ahora.

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