Opinión

La yihad de ETA

Estos días vemos las imágenes de los yihadistas del Ejército Islámico decapitar e incinerar vivas a multitud de personas y destruir figuras de arte asirio de hasta tres mil años de antigüedad.

Pensamos que es difícil que pueda haber gente así entre nosotros, pero no. Vea usted el documental “1980”, de Iñaki Arteta, con la historia de ETA, que aquel año asesinó al menos a 98 seres humanos y secuestró a 22.

ETA era la expresión de una guerra santa, de una yihad patriótica y religiosa que llevó a crímenes horribles estimulados o, al menos, comprendidos y disculpados por parte del clero vasco.

Sobre ese terrorismo acaba de presentarse el libro “Agujeros del sistema. Más de 300 asesinatos de ETA sin resolver” (Ikusager, 2015), del director de comunicación del Colectivo de Víctimas del Terrorismo, COVITE, Juanfer Calderín.

Calderín hace un estudio sobre esos crímenes de autor anónimo, que serían el 30 por ciento de los cometidos, y encuentra errores judiciales sin fin, el desamparo de las víctimas, incluso abandono, y ganas de pasar página para olvidar aquellos siniestros 52 años (1959-2011), con sus al menos 829 muertos y miles de heridos y lisiados.

El libro, el documental de Arteta, y las imágenes de los yihadistas muestran coherencia, una similitud sentimental e ideológica que nos hace reflexionar sobre la monstruosidad del fanatismo político-religioso.

Así, en “1980” oímos declaraciones del obispo emérito de San Sebastián, José María Setién, disculpando sibilinamente la existencia del terrorismo.

Luego, se lee la fatua en la que el Gran imán de Qatar justifica quemar vivos a los infieles, “según en qué circunstancias”, y se concluye que Setién piensa como su homólogo islamista, como Torquemada resucitado, el hipócrita santurrón que ordenaba autos de fe de la Inquisición.

Te puede interesar