Opinión

El baile de Soraya

Los comentarios que ha desatado el divertido baile de la vicepresidenta del Gobierno en el programa de Pablo Motos ha terminado por convencerme de que vivimos en un país que no sabe lo que quiere. Es verdad que esos comentarios vienen en general firmados por aquellos que se interpretan a sí mismos como analistas políticos, se tienen sin el más mínimo recelo por conductores de opinión –a los que no es lícito llevar la contraria porque son los que saben- y se suponen autoridad arbitral del comportamiento ajeno. Soraya Sáez de Santamaría tuvo a mi juicio un comportamiento impecable en el “Hormiguero”, y nos ofreció una versión directa y humana de quien ostenta el segundo cargo en importancia del gobierno de la nación mientras en sus horas libres es una mujer normal cuya actividad política no debe impedirle ir al cine, salir a cenar o a bailar con sus amigos, escuchar conciertos de música sacra o jugar a los bolos sin que estos contradictorios fiscales del comportamiento humano le saquen punta a cualquier cosa y sospechen que ese tipo de actitudes en pos de la normalidad tengan forzosamente que interpretarse como un intento desesperado de ganar votos y acercarse a los administrados para tratar de levantar los números de las encuestas en fecha próxima a citas electorales.

Somos un país incomprensible y tan cainita que damos miedo. Tanto exigir a sus mandatarios que asuman su condición de ciudadanos de a pie, tanto criticar a la realeza su condición y su alejamiento de la realidad, y cuando esas barreras se derriban y la vicepresidenta de un Gobierno -que es además una mujer joven, dinámica y con sentido del humor- se marca unos pasos de baile en un estudio de televisión y derriba el sempiterno cliché de la rigidez y la tiesura de la clase dirigente, salen los papanatas que todo lo pueden y todo lo saben y utilizan sus tribunales de papel para ponerla a caldo.

Por mi parte, siento un gran rubor cuando escucho pontificar, aunque cada vez estoy más convencido de que ese es otro de nuestros sempiternos males. O sea, el creernos en posesión de la única verdad y observar la paja en el ojo ajeno sin percatarnos de que existe una viga en el propio. En mi sencilla opinión, que Soraya Sáez de Santamaría baile en la tele es señal de salud democrática.

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