Opinión

Camino de expiación

Ese tramo final del camino, emprendido por Rodrigo Rato hasta cruzar la puerta del centro penitenciario de Soto del Real, es mucho más que un centenar de metros de asfalto pelado que se extiende entre la rueda de periodistas escuchando su último alegato en la explanada de acceso y la entrada definitiva del recinto. Rato se detuvo brevemente ante una nube de micros extendidos a su paso, pidió humildemente perdón por las faltas que pudiera haber cometido, volvió a alzar prendidas por sus asas las dos maletas en las que cabe todo lo que se lleva a la cárcel ahora que no hay modo alguno de aplazar el ingreso, y se limpió un par de lágrimas rebeldes con la bocamanga antes de enfrentarse con su propio e inaplazable destino. Al fin y al cabo, las cámaras se convertían en testigos únicos para transmitir al mundo la pasión y muerte de uno de los hombres más poderosos de la España que volvía a creerse imperio, cuando el globo se pinchó y todo el orgullo y la magnificencia   de un personaje insaciable y con un apetito de gloria infinito, fue desmoronándose convirtiendo su ambición en remordimiento y su divinidad en miseria. Rato  es, a partir del pasado jueves, un interno purgando en la cárcel su codicia permanentemente insatisfecha que hizo de él un hombre torturado y nunca sereno. No fue probablemente el ansia de dinero lo que perdió a Rato sino su vanidad tan presente en su día a día que le hurtó la paz, le privó de la belleza de la vida, le negó el descanso e hizo de él su propio y peor enemigo.

En todo caso, sospecho que tanto Rato como la veintena de personajes de todos los colores políticos  condenados por la misma causa –la sociedad en general se olvida de que entre los usuarios de tarjetas black son más abundantes los políticos adscritos a opciones de izquierda y que una gran parte de los condenados gastaron con este disparatado procedimiento mucho más dinero que el propio Rato-  no han sido conscientes de la gravedad de sus actuaciones hasta que no se han encontrado con el agua al cuello, es decir, cuando han comprendido que serían juzgados por ellas y lo que es peor, condenados penalmente por el uso que otorgaron a esta prerrogativa que a todos les pareció normal y natural hasta que dejó de serlo.

Te puede interesar