Opinión

La Cataluña de verdad sale a la calle

Durante los últimos seis años, el independentismo catalán no ha hecho otra cosa que embarcarse en un delirante juego de mentiras y manipulaciones cuyo único objetivo era supuestamente la consagración de un proceso de ruptura al que pondría voz y voto un referéndum ilegítimo celebrado en situación de clandestinidad y oficiado sin el refrendo de la ley y de las más elementales condiciones democráticas. En realidad, ese empujón final que el separatismo catalanista eligió hace seis años no buscaba otra cosa que disimular mediante cortinas de humo la situación cada vez más alarmante de un territorio que se había convertido en pasto de la corrupción, de la incompetencia, el compadreo y la desigualdad más profunda. 

Seis años de política sin sentido, enrocadas en un único fin para el que cualquier medio era lícito. Seis años de empobrecimiento, de parálisis, de suspensión de la actividad pública, de sepultura completa de cualquier actuación que no respondiera a la tiranía fijada por un nacionalismo absurdo incapaz de serenar la convivencia, cultivar la libertad y fomentar el parlamentarismo democrático. Cataluña ha ido desplomándose en manos de unos gestores desastrosos e incapaces de legislar para el bien común, cuya incompetencia ha destruido el presente y el futuro de una comunidad en otro tiempo poderosa y hoy sumergida en el caos. Una comunidad que sirvió de ejemplo en materia de poderío económico y sensatez y que hoy está dolorida, en plena desorientación, irremediablemente dividida y arruinada.

Para desgracia de aquellos que la han destrozado, tras unos años de velo en los ojos, la Cataluña cotidiana que ha de enfrentarse diariamente con un universo cuajado de limitaciones se ha lanzado a la calle. Ahora no son independentistas con el cerebro lavado jugando a la aventura y colocando cruces y lazos amarillos sino colectivos cansados de pelear en vacío y al límite de sus esfuerzas para ofrecer servicios de calidad en una situación que ya no lo permite porque los medios se han gastado en fuegos fatuos y no quedan para afrontar la realidad en condiciones. Los funcionarios que no han cobrado, los médicos de atención primaria que padecen un sistema esquilmado de recursos, los bomberos que se juegan la vida en condiciones impracticables, los estudiantes que pagan las tasas más altas de España… A ellos se sumarán más sectores. Esto no para.

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