Opinión

Con el ego subido

Vivimos en una sociedad profundamente desequilibrada, una parte de la cual se ha instalado permanentemente en la cima de un narcisismo enfermizo que afecta a todos los sectores de nuestro teatro diario que no es otra cosa que un ridículo teatro de las vanidades. Nunca desde que yo tengo memoria se ha exhibido con tanta dedicación este lamentable culto a la individualidad que nos distingue en el primer mundo, en cuyo escenario se desarrolla cada jornada todo un curso de cómo imponer el yo en detrimento de los demás. Como todos estamos en esta misma guerra, nos pasamos horas y horas atizándonos en la misma batalla y tratando demostrar que lo nuestro es lo mejor y que el resto es una caterva de inútiles.

Este individualismo feroz que tanto nos distingue afecta profundamente a las grandes estrellas del deporte que se creen habitualmente dioses, pero es especialmente manifiesto en la clase política que ha perdido literalmente el horizonte y no se ha enterado de que su misión y destino no es el individuo sino la colectividad a la que debe su presencia en los foros parlamentarios, sean nacionales, regionales o municipales. El individuo, naturalmente, es el político mismo y su ego absurdo, tedioso e inconmensurable. Solo así se entiende esta batalla diaria y permanente del colectivo de políticos catalanes que se han creído el epicentro de la cristiandad y que ni piensan en los habitantes de Cataluña ni en nada que no sea su propia complacencia. El perturbado de Carles Puigdemont es un caso de egoísmo digno de psiquiatra. A mí se me representa vestido como Napoleón, bajito y ceñudo, gesto prieto y manos a la espalda, dando paseos por las estancias en las que a estas alturas se hospede –confieso sumamente apesadumbrado que ya no tengo ni la más remota idea de su residencia- con la vista en el suelo y el flequillo pegado a la frente, sintiéndose traicionado por los suyos como la historia dice que estaba el Emperador en su retiro forzoso de la isla de Elba frente a la costa italiana, de donde se fugó para caer en cien días y acabar sus días en Santa Elena preso de los británicos. Puigdemont está en  la fase de Elba. Es un delirio que acabará en su Santa Elena particular. Y a lo mejor y no estaría mal, en manos de los Mossos d’Esquadra.

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