Opinión

Los efectos de las grandes citas

Me temo que la organización de grandes e universales eventos que necesitan una gran infraestructura para poder celebrarse deja una huella indeleble que al paso del tiempo se convierte en un auténtico tormento. Yo estuve tres o cuatro veces en aquella ciudad de Sevilla marcada por los fastos de la Expo-92 que brillaba como el manto de la Macarena y volví luego para comprobar como todos aquellos territorios que ampararon la feria se convirtieron en un erial imposible de recuperar a los que no se pido otorgar un destino que consiguiera rescatarlos de la más absoluta y desoladora ruina. Ayer, sin ir más lejos y por no abandonar el tema,  me encontré con una noticia que no admite controversia. Ni siquiera hace medio año que Río de Janeiro era sede olímpica pero el tiempo que ha pasado ha conseguido que se batan los peores registros de conflictividad muy superiores ahora que antes de la celebración de los juegos. Las autoridades brasileñas trataron relimpiar a fondo las sentinas de la ciudad para que se presentara aseada y deseable ante el mundo  pero la realidad es otra muy distinta. Ha crecido exponencialmente la corrupción, el estado de Río de Janeiro sede del evento se ha declarado en bancarrota  y los datos estadísticos que se manejan son escalofriantes. Entre enero y noviembre la cifra de asesinatos creció un 35 % con relación al año anterior y se contabilizaron en el territorio 5.757 muertes violentas. Los expertos calculan que se produce allí un atraco cada tres minutos.

Personalmente sospecho que este tipo de citas universales son caldo de cultivo y huerto propicio para el desarrollo de las rapiñas más execrables. La memoria  sugiere que existe un grupo de sujetos que se hacen asquerosamente ricos en esa vorágine y que al final lo único que dejan estas actuaciones son multimillonarias deudas. Es decir, que mientras unos obtienen un botín tan extraordinario que pueden retirarse de por vida y resuelven la de ellos y los suyos para varias generaciones, el resto recoge miseria. El paisaje se puebla de obras públicas condenadas a perecer bajo mantos de basura, edificios que se convierten en ruina y tristeza, mucha y muy honda tristeza.

Si alguna vez el ciudadano de a pie tiene posibilidad de expresar su criterio sobre estas aberraciones dirá que no. Pero dará igual.

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