Opinión

El alcance de los hechos

La impresión que ofrecen algunos comportamientos desempeñados últimamente por políticos de diferentes tendencias y ocupaciones es la de comprender tarde y malamente el alcance de sus hechos. Da la impresión de que se han dado cuenta de la que han liado cuando la cosa tiene mala enmienda, si bien este complejo mundo de la política y sus servidores da para cualquier cosa y los que nos sentamos a contemplarlo nunca paramos de sorprendernos. 

Cuatro casos dispares han saltado a las primeras páginas de los diarios en estos últimos días y son estos por orden de aparición: El máster de Cifuentes, cuya sospechosa procedencia parece haber acabado con su carrera política; el lamentable comportamiento de los responsables del Gobierno de Madrid para con sus propios policías municipales; la respuesta de los imputados por los ERE de Andalucía que juran por sus muertos ignorar por completo dónde iba a parar las partidas de dinero que firmaban; y por último, la letanía exculpatoria del ex mayor Trapero en relación con el ilícito referéndum que acabó proclamando la República Independiente de Cataluña en aquella fantasmagórica sesión de su Parlamento. En el primero de los casos, el máster de Cifuentes ha destapado el tarro de las esencias, involucrando en la lamentable costumbre de inflar currículos sin necesidad a una cadena de personajes que han sucumbido también con ella a este hábito tan feo. En el segundo supuesto, la autoridad judicial ha imputado a la concejala madrileña Rommy Arce por el contenido vejatorio de sus twits dirigidos precisamente a la Policía Municipal que de ella misma depende tras la muerte de un mantero por infarto de miocardio en una calle de la capital. La alcaldesa capitalina -a la que ya no sabe por dónde le saltan las liebres- no ha tenido más remedio que pedir perdón a sus policías, reconociendo que no merecen el trato al que han sido sometidos por parte de su propia corporación y anunciando un homenaje público en desagravio.Tarde parece. La tercera situación nos muestra un súbito y compartido ataque agudo de amnesia por parte de los acusados en el proceso, ninguno de los cuales se acuerda de nada. Todos se suponen inocentes y trasladan la responsabilidad a sus subordinados. Y para finalizar este fantasmal desfile de personajes que no han tenido conciencia de la gravedad de sus actos u omisiones hasta que todo se ha puesto negro, nos queda el mayor Trapero, quien asegura ahora que él no estaba de acuerdo con los independentistas que le mandaban y que aconsejó no hacer el referéndum. Eso se arregla dimitiendo.

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