Opinión

El camino hacia Europa

Fue un político de la talla, la trascendencia y la honestidad de Manuel Marín al que ahora añoramos, quien me contaba en una mesa de café lo difícil que resultó encajar el aspecto estrictamente doméstico de las negociaciones que nos permitieron formar parte de lo que entonces se llamaba Mercado Común y hoy es la Unión Europea. Marín, que era un tío de aspecto estricto y seductor en su versión pública, pero muy divertido y afable en la corta distancia, recordaba muy especialmente el caso de la víbora cornuda que ocupó parte significativa de una de las sesiones negociadoras de cuya divertida trascendencia debe acordarse también uno de los puntales de aquel bendito equipo de técnicos de alta significación como lo fue Fernando González Laxe. No se me olvidó a mí en mucho tiempo la famosa víbora cornuda, un ofidio muy presente en la Europa sureña y de colmillo venenoso que goza de estatus de protección y que supongo formó parte del protocolo de ingreso merced a esta condición. El asunto es anecdótico, pero me sirve para rememorar a Manuel Marín, su humanidad desbordante y su excepcional incidencia en hechos históricos que gracias a personas de su altura y relevancia nos llevaron en volandas a Europa. No volví a ver a Manuel Marín nunca más en mi vida, pero aquel breve encuentro me indicó que estaba ante un sujeto excelente, con peso y enjundia histórica.

Muchos años después, y echando este pulso que le echamos los que somos veteranos cada día a la memoria, paso revista a aquellos sucesos que tuvieron vitola de heroicos y a las personas que hicieron posible coronar la gesta de modernizar un país tantos años sumido en las tinieblas de una sombría dictadura. Las generaciones jóvenes leen estas cosas en los libros de Historia, y si la caótica ordenación de los planes de estudios lo permite, estudiarán sus consecuencias aunque algunos de los textos que yo he podido consultar superan ampliamente la caricatura. Pero nosotros los hemos vivido en silla de ring y algunos incluso nos hemos asomado a la sacrosanta tarea de participarlos. Estoy convencido de que una de las infamias más sutiles y culpables del nacionalismo es la manipulación y perversión de hechos que hacen de nosotros un país ejemplar construido por personas comprometidas y extraordinarias. Ahí está Puigdemont arrebujado en Bruselas. Un ejemplo de europeismo a la inversa. Por cierto, me gustaría a mí saber quién paga la cuenta. Estancia, abogados, viaje, recursos, manifestaciones... Una fortuna. 

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